martes, 28 de septiembre de 2010

UNIDAD DEL CONTENIDO Y LA FORMA

ACERCA DEL CONTENIDO Y LA FORMA EN EL ARTE Y LA LITERATURA

Desde los griegos viene el reconocimiento de que toda obra artística  y literaria tiene contenido y forma, y que ambos están indesligablemente unidos. Asimismo que la influencia que ejerce el contenido o mensaje de una obra artística en la sociedad depende de su perfección formal. Entonces, resulta de suma importancia para la creación artística el manejo correcto de la interrelación del contenido y la forma.
¿Qué implica el contenido de una obra de arte o de literatura? Comprende el tema o idea que le da unidad a todas sus partes; idea que implica un problema y su respuesta, y está dirigida a conmover al público. Así el teme, la idea, expresa la esencia de los fenómenos y de las contradicciones de la realidad social reproducidos. Constituye la idea básica subyacente a la que se puede reducir toda obra bien construida: el heroísmo, las diferencias sociales, el desinterés, la amistad, el amor, la cobardía, el odio, el proceso de maduración de una persona, etc., etc. Por ejemplo, la idea básica de Los ríos profundos es la maduración del niño Ernesto en el espacio cerrado de una villa de los Andes; la del cuento Paco Yunque, las desigualdades sociales. Sin embargo, el contenido no es sólo la idea básica, sino también cómo se presenta ésta, en qué contexto, con qué grado de conciencia individual y social. Por ejemplo, el tratamiento de la injusticia dependerá del punto de vista del artista, de si habla como un apologista de la clase dominante o de la oprimida, de si se plasma en el ambiente del campo o la ciudad, y del grado de comprensión con que plantea el problema. De esta manera, el contenido es una manifestación del pensamiento del artista, de su conciencia de la realidad y de su ubicación dentro de la sociedad. Depende de los intereses políticos que asume. Responde al mando de una política.
Los elementos del contenido, por sí solos, no constituyen una obra artística. El contenido requiere de una forma adecuada para convertirse en una obra de arte. ¿Cuáles son los elementos fundamentales de esa forma? Podemos mencionara a la composición o estructura, es decir, a la organización de los elementos de la obra o los acontecimientos /en narrativa comprende el manejo del espacio, del tiempo y el nivel de realidad); asimismo, al lenguaje artístico que da coherencia a la obra, a los recursos materiales figurativo-expresivos correspondientes (por ejemplo, en la literatura: las figuras retóricas, el ritmo, la musicalidad; en la música: el ritmo, la melodía, el compás, el tiempo, etc.). De lo señalado concluimos que es erróneo identificar la forma con la técnica, ya que ésta es sólo una parte de aquélla. Quienes la identifican no ven la relación dialéctica entre realidad, contenido, forma y técnica, en la que ésta no es más que un medio que sirve a la conversión del contenido en forma y, viceversa, al logro del mayor grado de perfección del reflejo artístico de la realidad.
La forma de un objeto depende directamente de la función que cumple éste. Por esta razón, la forma artística expresa el propósito social que mueve al autor. Visto así, la forma artística también se guía por la política. La forma es la más alta materialización del contenido a través de la acertada organización de los elementos formales, es decir, en sus proporciones justas, así como del manejo jerarquizado de las diversas contradicciones sociales reflejadas en la obra. El trabajo del artista, su esfuerzo creador, consiste en la búsqueda de la correspondencia entre el mensaje que transmite su obra con la forma cómo lo realiza. Así, la importancia de la forma es tal que si se la descuida, la existencia misma de la obra entra en peligro y le impide cumplir su función social. Al hablar de la forma nos referimos a las leyes específicas  que manejan sus elementos, los que al interactuar con el contenido lo transforman a éste en una obra de arte. Insistimos, un contenido se transforma en obra de arte al condensarse gracias a su forma correspondiente. La “forma correspondiente” está determinada por el contenido. Y ambos están guiados por la política, por las repercusiones que busca el artista en las clases sociales en contienda.
El tema que nos ocupa fue tratado con meridiana claridad por los grandes maestros del proletariado. Así, según Marx, “La forma surge del contenido social-histórico y tiene por misión elevar dicho contenido a la altura de una objetividad artísticamente plasmada”. Y Lenin puntualiza: “La forma es esencial. La esencia tiene forma. Sea como fuere, ésta depende también de la esencia”. Asimismo, al enumerar los elementos de la dialéctica, dice: “La lucha del contenido con la forma, y viceversa. El rechazo de la forma, la transformación del contenido”. Lo que, obviamente, rige en el arte y la literatura.
De lo citado, detengámonos en dos aspectos.
Uno, el contenido y la forma  constituyen una contradicción, y el más alto grado de calidad artística lo encontramos en la obra que alcanza la unidad del contenido con la forma, en la que la forma corresponde al contenido, en la que su esencial interpretación robustece la obra, la dota de la más alta calidad y, sólo por este camino, la obra de arte cumple su función social como instrumento de la lucha de clases. Este aspecto constituye la cuestión central de la estética, por ende del arte, a su vez la parte más esencial de éste.
La unidad de la que hablamos, también podemos comprenderla como “equilibrio” entre el contenido y la forma. Podría cuestionarse esta afirmación con el argumento de que en una contradicción siempre predomina uno de los dos aspectos. Respondemos: la lucha y el desequilibrio son absolutos, en tanto la unidad y el equilibrio son relativos; sin embargo, estos últimos existen en la realidad, y el hombre también las maneja en su práctica social (como cuando elabora un plan  para lograr equilibrio entre la realidad objetiva y el deseo subjetivo, o cuando las clases sociales que conforman el pueblo se unen en base a intereses comunes). Lo peculiar del arte es que solo mediante la brega por lograr tal unidad, tal equilibrio del contenido y la forma, es que se concreta una obra de arte. Entre las obras que han plasmado dicha unidad se encuentran las que constituyen hitos  de la creación artística, como la Ilíada, El Quijote, La Guerra y la Paz, La Gioconda, las sinfonías de Beethoven, entre otras; razón por la que han trascendido en el tiempo, como obras de incuestionable valor artístico.
Segundo aspecto, y derivado del anterior, en una obra artística de alto valor estético se da la transformación dialéctica del contenido en forma y de ésta en aquél. El contenido de la obra ha de transformarse en forma para que alcance eficacia artística, y la forma ha de plasmarse de modo que la obra artística llegue al público como portadora de un contenido nítido y profundo, con la fuerza imprescindible para conmover. De esta manera el contenido, que al principio latía en el cerebro del artista, materializándose en una obra, llega, al final, a la mente del público, como idea. Solo así la obra cumplirá su función social como instrumento de la lucha de clases.
Reiteramos, en la obra de arte la forma y el contenido son dos aspectos de una contradicción que se encuentran indesligablemente unidos, de manera que no hay ni puede haber contenido sin forma, ni forma privada de contenido. Por lo que resulta nociva la ruptura de dicha unidad, de dicho “equilibrio”, y el consiguiente manejo unilateral de uno de los dos aspectos. Por esta razón, no solo una idea errónea resulta perjudicial para la producción artística, sino que una forma artística deficiente impide el adecuado reflejo de la realidad. Así, por ejemplo, si componemos una canción de homenaje a una persona, no basta que las letras rindan tal homenaje; será necesario que la melodía, el ritmo, el compás, el tiempo, correspondan a ese objetivo; ¿qué sucedería, por ejemplo, si se ejecutara con notas discordantes o su melodía fuera triste?, en vez de homenaje, resultaría una burla al “homenajeado”. Con éste ejemplo queda claro que tiene que existir una correspondencia, una unidad entre el contenido y la forma.
El predominio de la forma sobre el contenido conduce a la vacuidad y a la deformación esteticista; este es el origen del formalismo y del abstraccionismo, rasgo característico del arte burgués imperialista en la actualidad. En tanto que el predominio del contenido sobre la forma conduce a la propaganda, al panfleto, a la copia naturalista de la realidad, y a la carencia de fuerza artística necesaria para conmover al pueblo e impulsarlo a la unidad para la lucha. Visto así, la unidad del contenido y la forma en el arte es el criterio objetivo de la estética científica, de manera que todas las leyes de la creación artística se sintetizan en una: la forma ha de corresponder al contenido.
Solo por este camino la obra artística cumple su función social, contribuye al desarrollo de la conciencia del pueblo y al impulso de sus luchas.
Todo lo que hemos visto nos lleva a valorar a profundidad, a quienes trabajamos por crear obras artísticas y literarias al servicio del proletariado, del pueblo y de la nación, lo que nos enseña quien fuera gran conductor de la revolución china: “Lo que exigimos es la  unidad de la política y el arte, la unidad del contenido y la forma, la unidad del contenido político revolucionario y el más alto grado posible de perfección de la forma artística”. Asimismo, a reafirmarnos en su orientación: “Por progresista que sea en lo político, una obra de arte que no tenga valor artístico, carecerá de fuerza. Por eso nos oponemos, tanto a las obras artísticas con puntos de vista políticos erróneos, como a la creación de obras  ‘al estilo cartel y consigna’, obras acertadas en su punto de vista político pero carentes de fuerza artística. En el problema del arte y la literatura, tenemos que sostener una lucha en dos frentes.” Y sumar a todo lo anterior el desarrollo de la ciencia social en este campo: “Poner la política al mando en arte y literatura es poner la política al mando tanto en el contenido como en la forma; la cuestión no es ‘contenido político’ y ‘forma artística’ como si la ‘forma artística’ escapara a la política.”, así como la gran orientación: “En la poesía la cuestión es contenido político profundo, idea clara y forma artísticamente  expuesta”, que es válida para todo trabajo de creación artística.
Si cogemos la ley fundamental de la creación artística, la ley de la unidad del contenido y la forma, y ponemos la política al mando de ambos, así como libramos con firmeza la lucha en los dos frentes, como se nos demanda, cumpliremos nuestra labor como trabajadores del arte y de la literatura, y crearemos obras que sirvan a la lucha por la emancipación del pueblo, a través de todos los pasos necesarios que exija la lucha de clases.

Walter Vargas C.

jueves, 23 de septiembre de 2010

HISTORIA DE MAYTA

HISTORIA DE MAYTA: UNA NOVELA DE ESCARNIO


“No se dejen intimidar por gente y académicos de renombre. Tenemos que ser intrépidos en el pensamiento, palabra y acción. No debemos tener miedo a pensar, hablar u obrar. Tenemos que liberarnos de la condición de haber tenido las manos y pies atados... Nuestro método es alzar la tapa, desbaratar las supersticiones y dejar que se desborde la iniciativa y creatividad de los trabajadores.”


I.              EL CONFLICTIVO CAMINO DE UN ESCRITOR


El escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) es una de las voces más prestigiadas del imperialismo, principalmente del norteamericano, sin duda su cuadro más valioso de habla hispana, a la vez que iracundo fustigador de todo lo que significa cuestionamiento O pretensión de transformar el sistema. En el Perú es el más alto representante de la literatura granburguesa. Como tal no solo ha escrito novelas y obras de teatro, también ha realizado estudios literarios, y escrito artículos de opinión que conforman varios volúmenes y se publican en diversas partes del mundo. Últimamente se lo ve abocado a la difusión radial de novelas consagradas y al teatro, a la vez que prosigue con sus incansables esfuerzos por hacerse de premio Nóbel de literatura, y ha anunciado que va a escribir una novela ambientada en el Congo. Por otro lado, es uno de los pocos literatos cuya presencia en la actividad política del país es constante, ya sea a través de sus opiniones o su acción directa. Así, apoyó la política genocida del segundo gobierno de Belaúnde, muy especialmente encubriendo su responsabilidad en la matanza de ocho periodistas en Uchuraccay (1983), fue candidato presidencial en 1990, hizo de “oposición” a Fujimori en los noventas y apoyó abiertamente a Alejandro Toledo y su política de prosecución del neoliberalismo, como hace ahora con el gobierno aprista. En política internacional, es mundialmente conocido su apoyo combativo a los regímenes más reaccionarios del planeta. En especial es conocido su activo apoyo al imperialismo norteamericano en su política guerrerista contra los pueblos y naciones oprimidas, particularmente árabes. Así, ha apoyado sin ambages la agresión yanqui a Irak, viajando él mismo hasta allá como esmerado combatiente en el frente de la opinión pública. Asimismo son muy conocidas sus “críticas” a las dictaduras militares, incluso a aspectos absolutamente subsidiarios del neoliberalismo, para así darse un barniz de demócrata liberal independiente como gusta calificarse.
            En síntesis, MVLl es un escritor nacido en el seno de una familia aristocrática venida a menos, que tras un proceso asaz conflictivo, hasta con acercamientos a la revolución, se ha posicionado en el seno de la gran burguesía y ha devenido en un desenfrenado proimperialista, al mismo tiempo que enemigo rencoroso de las clases populares del país y el mundo.
            No es objetivo del presente artículo ahondar en el proceso de MVLl sino analizar los fondos ideológicos y políticos contenidos en su novela Historia de Mayta. Por ello, y solo en la medida de que es necesario para contextuar la novela, vamos a anotar algunas circunstancias de su itinerario.
            Según las numerosas declaraciones del propio escritor, en el ultimo año del colegio “descubre el perjuicio y las desigualdades sociales” y quiere identificarse “con los pobres y hacer una revolución que trajera la justicia al Perú” (1). En sus propias palabras: “Al poco tiempo de entrar a San Marcos (1953) comencé a militar en “Cahuide”, nombre con el que trataba de resucitar el Partido Comunista, muy golpeado por la dictadura (de Odría). Nuestra militancia resultó bastante inofensiva. Nos reuníamos secretamente, en pequeñas células, a estudiar marxismo... Era la época del reinado del estalinismo, y, en el campo literario, la estética oficial del partido era el realismo socialista. Fue eso, creo, lo que primero me desencantó de “Cahuide”. Aunque con reticencias, que se debían a la contrainfluencia de Sartre –a quien admiraba mucho– llegué a resignarme al materialismo dialéctico y al materialismo histórico. Pero nunca pude aceptar los postulados aberrantes del realismo socialista, que eliminaban el misterio y convertían el quehacer literario en una gimnasia propagandística” (2).
            Aquí conviene una aclaración. En el periodo en que MVLl se vincula al Partido Comunista, este se abatía bajo la férula del oportunismo que tras la muerte de J.C. Mariátegui había usurpado su dirección y enrumbado a la organización hacia el cretinismo parlamentario. Por eso titula a Prado como “el Stalin peruano” y lo apoya en las elecciones del 39, y el 45 actúa junto al Apra, dentro del Frente Democrático Nacional, y apoya a Bustamante y Rivero. De manera que el “reinado del estalinismo” al que se refiere el escritor no es ni puede ser tal, por la sencilla razón de que Stalin fue enemigo del cretinismo parlamentario. A esto hay que añadir que Stalin fallece en 1953, el año en que MVLl ingresa a San Marcos, y tres años más tarde la burguesía, vía Jruschov y sus secuaces, usurpa el Poder rojo en la URSS y comienza a desmontar el socialismo. En otras palabras, el “marxismo” que el novelista dice estudió en “Cahuide”, en esencia no era otro que el revisionismo que los dirigentes de ese tiempo sostenían.
Esto último es verdad particularmente en la concepción acerca de la literatura. El marxismo nunca ha sostenido que el quehacer literario consista en una “gimnasia propagandística”, más bien ha criticado que se incurriera en este defecto. A los textos vamos:
            “Siempre es malo que el poeta exalte a sus propios héroes”, escribe Engels en una carta a Minna Kautsky. En la misma carta precisa: “Yo creo que la tendencia debe resaltar de la acción y de la situación, sin que sea explícitamente formulada, y el poeta no está obligado a dar al lector la solución histórica futura de los conflictos que describe”. “Probablemente experimentáis la necesidad de tomar partido públicamente... de proclamar ante el mundo entero vuestras opiniones –observa a la destinataria–. Eso ya es un hecho, una cosa vieja y no necesitabais repetirlo bajo esta forma” (literaria). Y como para que no queden dudas, en carta a miss Harkenss, afirma: “Vale más para la obra de arte que las opiniones (políticas) del autor permanezcan escondidas”, y pone como ejemplo a Balzac.
            Prosigamos. Por lo visto, a mediados de los cincuentas MVLl es alguien emocionalmente vinculado a la revolución, aunque, irónicamente, gracias a Sartre, un escritor burgués, se resigna a lo que le han hecho creer que es marxismo. Respecto a sus posiciones en los años sesenta, el escritor aclara en una entrevista con Alberto Bonilla, en marzo de 1983. “En esa época yo era un revolucionario –dice–, es decir que creía que había una solución final a partir de un hecho violento, de un cambio profundo de estructuras, para todos los problemas de un país” (3). Con este fundamento apoya la revolución cubana y su alineamiento posterior con la URSS de Jruschov y Brezhnev, y, aquí en el Perú, a los movimientos guerrilleros. A esto debemos añadir la repercusión de la gran ola del Movimiento de Liberación Nacional de aquellos años, que influyó mucho en los intelectuales para que apoyen la revolución y las luchas de emancipación nacional. Como el propio MVLl dice: “El establishment cultural era de izquierda, socialista”. Un hecho, sin embargo, lo conminará a tomar posición definitiva: el estallido a nivel mundial de la gran lucha entre marxismo, enarbolado por Mao Tsetung y el PCCh, y el revisionismo, encabezado por Jruschov, como consecuencia de la cual los Partidos Comunistas comienzan a depurar sus filas. Ahora el escritor tiene la oportunidad de asumir el marxismo, pero en vez de hacerlo toma posición por el revisionismo soviético y el castrismo. Nunca asumió el marxismo. Es importante incidir en esto último porque no son pocos los que consideran que existe un primer MVLl revolucionario, marxista. No existe tal MVLl. En este periodo a lo más encontramos un burgués obnubilado que habla de pueblo pero sin conocerlo, y de revolución como un acto de redentores. Pero andando algunos años abandonaría incluso estas posiciones y comienza a distanciarse de Cuba.
Las razones de este distanciamiento y su posterior ruptura han sido ampliamente difundidas en los medios literarios y periodísticos de la época y en los estudios sobre MVLl. De ella solo anotemos algunos puntos que nos ayuden a comprender mejor la posición del escritor al momento de escribir la novela que nos ocupa.
A mediados de los sesentas, MVLl ya es un autor conocido. Bajo el auspicio de la revolución cubana ha publicado sus primeras obras y comienza a constituirse en uno de los pilares del llamado “boom” de la novela latinoamericana. Estos hechos traen como consecuencia la exacerbación de su conocida egolatría y hace que sobrevalore su capacidad. Considera que la revolución (cubana) ya no tiene nada que ofrecerle, al contrario, su relación con ella comienza a serle “un obstáculo para la conquista de nuevas relaciones, nuevos mercados y públicos más vastos” (4). Entonces aprovecha los problemas del castrismo y rompe con Cuba.
            En 1996, en una entrevista con Alfredo Barnechea, MVLl recuerda detalles de este proceso. El año 65 ó 66, cuando conoce a Fidel Castro, “ya tenía dudas serias sobre la revolución”, dice, “unas críticas bastante reprimidas”. El año 1967 con ocasión del premio Rómulo Gallegos, Cuba le propone que done el premio al fondo de la guerrilla del Che Guevara con la condición de que “la Revolución verá cómo lo compensa, por debajo, en secreto”. Como respuesta, en la recepción del premio pronuncia su conocido discurso La literatura es fuego, donde ya revela su distanciamiento general frente al socialismo y ofrece sutilmente sus servicios a la burguesía para ser uno de sus voceros en la cultura. Al año siguiente se produce la invasión de tanques soviéticos a Checoslovaquia, acto con que la URSS pasa a desenvolverse como superpotencia socialimperialista. Entonces, MVLl, estrenando sus nuevas posiciones, escribe el artículo El socialismo y los tanques, que fue su primera crítica pública a Cuba. Finalmente, en 1971, se produce “el caso Padilla” y el escritor rompe definitivamente. Refiriéndose al hecho dice: “Me devolvió una libertad que yo había perdido, que recuperaba sólo a ratitos.  El caso Padilla fue definitivo no solo porque rompí claramente, sino porque además los ataques fueron de tal naturaleza que no tuve ninguna razón para disimular nada... A partir de entonces yo empecé a leer no solo a los progresistas... Y el primero, el más interesante y persuasivo, fue Raymond Aron... a Isaiah Berlin y a Popper los empecé a leer en Washington, en 1980... Hayek fue muy, muy interesante... Me hizo avanzar en mi posición” (5). Más claro ni el agua.
Antes de llegar al punto que más nos interesa, conviene otra aclaración. MVLl dice que su ruptura con lo que él llama marxismo y revolución le devolvió la libertad que había perdido, y que recién después empieza a leer “no solo a los progresistas”. Esta idea es una reiterada imputación de la burguesía al marxismo. La burguesía siempre afirma que el PC impone a sus afiliados leer sólo textos de marxismo y, como contraparte, impide leer otros. Así, dicen los burgueses, coacta la libertad de la gente. Como consecuencia de la reiterada imputación, la idea se ha vuelto un lugar común en la intelectualidad burguesa, e incluso pequeño burguesa. Aclaremos. Es un hecho histórico conocido que para escribir El Capital, Marx devoró una biblioteca completa. Si alguien duda, puede cerciorarse ojeando la bibliografía correspondiente. Y es obvio que dichos textos no eran marxistas. Y lo mismo se puede decir de Lenin, Mao Tsetung y, aquí en el Perú, de J. C. Mariátegui, por citar un caso. ¿O es que los grandes marxistas se reservan para sí el derecho de leer diversos textos, pero impiden que lo hagan sus seguidores? Para deshacer este absurdo basta con leer cualquiera de sus textos al respecto y constatar que ellos siempre han exigido el estudio hasta de autores reaccionarios, pero, eso sí, siempre con espíritu crítico, no simplemente para comulgar con lo que dicen. Como muestra léase la cita que encabeza este artículo.
De manera que el pregón de la burguesía no corresponde a la realidad, y más bien encubre otra, que todos conocemos: la prohibición del estudio del marxismo. En los colegios y en las universidades está prohibido estudiar marxismo, leninismo o maoísmo. La “libertad” que tanto pregona la burguesía consiste en facultar a la gente a leer todo tipo de libros ¡burgueses!, solamente, donde los hechos históricos, por ejemplo, están distorsionados a la medida del interés de los poderosos o las ciencias naturales están plagadas de supersticiones. Por lo tanto, la imputación que señalamos no es más que cobertura del odio cerval del sistema al marxismo, vale decir, a la ciencia social, y que sus intelectuales como el propio MVLl pregonan.
Volviendo al itinerario del escritor, a inicios de los ochentas confluyen en él varios factores específicos que a nuestro modo de ver explican perfectamente el origen y la factura de la novela que nos interesa.
Como cima del movimiento de liberación nacional, Vietnam derrota al imperialismo norteamericano en 1975, hecho que a decir de Eric Hobsbawm no se había repetido desde que David derrotó a Goliat de una pedrada. A esto hay que sumar el triunfo de la revolución en Laos y Camboya, con el consecuente debilitamiento de la superpotencia y la repercusión negativa en sus defensores, entre quienes se encuentra ya MVLl. Pero lo que debió significar un verdadero remezón es que a finales de los setenta, la revolución pareció proliferarse en Centroamérica y el Caribe, es decir, en la parte más cercana de su traspatio. En 1979 triunfan los sandinistas en Nicaragua, la guerrilla en El Salvador crece, igual en Guatemala, etc. Las guerrillas que en los sesenta habían fracasado, ahora parecen machar hacia el triunfo. En todas partes se habla de lucha armada, “lo que creó un ambiente cercano a la histeria en Washington durante el periodo  del presidente Reagan (1980-1988)” (Historia de siglo XX, página 449). A lo que pasa en Latinoamérica hay que sumar el proceso que en Irán termina con la caída del Sha de Irán, sostenido por EE.UU., en 1979, para algunos, “una de las grandes revoluciones del siglo XX”. Y, como es lógico, frente a este peligro, los intelectuales proimperialistas tienen que cumplir su misión. Así se explica que MVLl publique La guerra del fin del mundo (1981), donde el tema principal es la condena del uso de la violencia revolucionaria por las masas.
En cuanto a sus ideas sobre la novela, MVLl ha evolucionado paralelamente al cambio de sus posiciones políticas. Si en sus inicios le animaba la convicción de que la novela “es una forma de conocimiento de la realidad y expresión y crítica (sobre todo de índole moral) de la conciencia social del mundo” (MG, 160), a finales de los setentas, viene lo que José Miguel Oviedo llama “un cambio dramático en el que MVLl empieza a usar la novela como un vehículo para indagar sobre la misma creación de la novela” (El Comercio, 23 de junio 2008). En otras palabras, en correlato con sus ideas neopositivistas e irracionalistas, el escritor comienza a sostener que cada uno tiene su versión sobre la realidad. Es más, estas versiones se contradicen y no hay manera de llegar a lo sucedido realmente, debiendo contentarnos con dichas versiones. Con este pretexto, en vez de reflejar la realidad, sobre todo a partir de La guerra del fin del mundo, MVLl se entrega a distorsionarla en Historia de Mayta.
En el plano político, a inicios de los ochentas, apoya con fervor a los regímenes más reaccionarios y guerreristas, como el de Ronald Reagan, quien comienza a motejar con el término “terrorista” a quienes cuestionan el sistema y, muy especialmente, a los revolucionarios, o el de Margaret Thatcher (recordemos la agresión inglesa a Argentina en 1982).
En cuanto al contexto histórico y político nacional, en mayo de 1980 había iniciado la lucha armada, y para diciembre de 1982, tras la derrota de la policía, Fernando Belaúnde dispone el ingreso de las Fuerzas Armadas a combatirla. A escasas semanas, el 26 de enero, se produce la matanza de ocho periodistas en Uchuraccay, para cuya investigación MVLl encabeza una comisión gubernamental. Posteriormente, en el Informe que él redacta y en la polémica que estalla sobre la veracidad del mismo, el escritor revela, por un lado, el extremo grado de desconocimiento y menosprecio al campesinado, y por otro, la pérdida de todo escrúpulo con tal de encubrir la responsabilidad del gobierno de turno, el Estado y su columna vertebral, las Fuerzas Armadas. Veamos con más detenimiento este punto.
            En su Informe, MVLl sostiene haber llegado “a la convicción absoluta de que el asesinato de los periodistas fue obra de los comuneros de Uchuraccay...”, porque “los creyeron terroristas… sin sospechar su verdadera condición”. Asimismo sostiene haber llegado “a la convicción absoluta de que la decisión de dar muerte a los terroristas de Sendero Luminoso no fue súbita ni contemporánea al crimen, sino tomada previamente, en dos asambleas”, y que en esta decisión “jugó un papel importante, y acaso decisivo, la seguridad de los comuneros de que tenían autorización para actuar así por parte de la autoridad representada por los sinchis”. “En todos los testimonios ofrecidos por la comunidad aparece, transparente, esta seguridad”, concluye el punto 20 del Informe.
            En otra parte del mismo, MVLl y su Comisión dejan “constancia del sentimiento de protesta y temor que ha advertido, entre algunos de sus informantes y en ciertos sectores de la población de la Zona de Emergencia, por atropellos cometidos por las tropas especiales de la Guardia Civil –los “sinchis”– en el curso de sus operaciones. Pero al mismo tiempo saludan “que desde que las Fuerzas armadas asumieron la responsabilidad de la lucha antisubversiva, se han hecho esfuerzos para evitar estos excesos y, por ejemplo, en Huanta y Tambo –según testimonios recogidos por la Comisión– la llegada de los infantes de Marina ha tenido un efecto moderador y mejorado notoriamente las relaciones entre las fuerzas del orden y la poblacióbn civil” (8).
Posteriormente, en entrevista para la revista Oiga Nº 115, sostiene que la reacción de las comunidades contra la guerrilla es “básicamente espontánea, sin ninguna duda, creo que eso es clarísimo en el Informe y en el caso de los iquichanos no hay ninguna duda. Si los “sinchis” no los hubieran visitado, la gente de Uchuraccay hubiera peleado lo mismo. Pensar que una frase de los “sinchis” –“defiéndanse, mátenlos”– haya sido el factor desencadenante de la movilización contra Sendero es tener una visión errónea de las comunidades campesinas...” Además insiste en que “la Comisión no tiene la menor duda de que no ha habido ni hay una planificación destinada a azuzar a las comunidades a matar forasteros. Las declaraciones tanto de las autoridades militares, como las declaraciones de los campesinos y de distintos informantes indican que no existe tal política sistemática”.
            En resumen, según MVLl y su Comisión, los comuneros de Uchuraccay asesinaron a los ocho periodistas creyéndolos guerrilleros, y la decisión la tomaron espontáneamente bajo la seguridad de que tenían autorización por parte de los “sinchis”. Pero nada de esto tiene que ver con una política antisubversiva.
            Reflexionemos. ¿Quiere decirnos MVLl que los “sinchis” lanzaron la frase “defiéndanse, mátenlos”, por su cuenta y riesgo y no como parte de una orden derivada de una política antisubversiva? ¿Entonces por qué, cuando el 15 de enero en Huaychao, cerca de Uchuraccay, asesinaron siete guerrilleros, el general Clemente Noel y el propio Belaúnde salieron, entre bombos y platillos, el 23 de enero a saludar el hecho, como todo el país vio y el propio MVLl reconoce en el punto 12 de su Informe? ¿Saludaban entonces un crimen ajeno a la política que aplicaban? Por otro lado, si los iquichanos siempre han tenido la costumbre de matar “gente hostil”, como sostiene MVLl, ¿cómo es que los años 80, 81 y 82 no hubo tales matanzas, y sí inmediatamente después del ingreso de las Fuerzas Armadas? Finalmente, los de Huaychao, si eran seres “primitivos y elementales”, como sostiene con retiteración MVLl, ¿para qué pidieron quedarse con las armas de los siete guerrilleros asesinados, como revela el propio escritor en su artículo Historia de una matanza, de junio de 1983? ¿Querían quedárselas sin saber su manejo?
            Lo que queremos decir es que limitándose exclusivamente al Informe Uchuraccay, cualquier análisis lleva a la conclusión de que la matanza de los periodistas revela la ejecución de una política estatal ejecutada por las Fuerzas Armadas, las Fuerzas Policiales y elementos del poder local como Fortunato Gavilán, preparados con anticipación por aquellas. Una reflexión: si los ocho periodistas hubiesen sido ocho guerrilleros, ¿no es cierto que Belaúnde, Noel y todos los defensores de la política estatal hubiesen salido nuevamente a celebrar como el 23 de enero? Las declaraciones a la Comisión y los elementos de juicio que fueron saliendo en la misma época y posteriormente, terminaron por aclarar no solo el hecho sino la responsabilidad del escritor y su Comisión. Reiteradas declaraciones de comuneros de Uchuraccay, que el periodista Luis Morales publicó en el Diario de Marka, y testimonios en el proceso judicial, revelan la política genocida puesta en marcha desde los primeros días de enero: “han venido en helicóptero... y nos han dicho: sáquenle los ojos, la lengua, a la gente que no conocen, que son enemigos”, “nosotros no vendremos por tierra, sólo en helicóptero. Y si algún desconocido viene por tierra, lo matan” (9). Es la orden que impartieron públicamente, so pena de matar a toda la población si no la cumplían. Cuatro años después, el Tribunal Especial a cargo del proceso declaró comprobada la presencia de personal militar y policial en Uchuraccay el día de la matanza de los ocho periodistas.
            Así que MVLl encubrió y exculpó escandalosamente la responsabilidad del gobierno y alabó el genocidio que habían desatado las Fuerzas Armadas. Es su responsabilidad histórica ineludible por siempre jamás, y raíz del rechazo comprensible de las masa populares hacia su persona y su obra.
            ¿Qué tiene que ver esta responsabilidad suya con la novela Historia de Mayta? Es que la experiencia durante la investigación de la matanza de los periodistas lo precipita a afinar el objetivo político de la novela.
            Al encarar la guerra en el terreno de las operaciones, MVLl comprueba que “en el curso de 1981 y 1982, gracias a operaciones audaces y violentas, Sendero Luminoso consigue gradualmente una fuerte implantación en la parte baja de casi toda la provincia. En una actitud difícil de comprender, las autoridades asisten con indiferencia a este proceso, y en lugar de reforzar las comisarías y lugares públicos atacados, dejan que éstos se cierren. El colapso del poder civil llega a ser casi completo en la región y la Comisión Investigadora ha podido comprobar que ésa es, todavía, la situación en la propia ciudad de Tambo a la que aún no ha regresado ninguna autoridad civil” (10).
            Entonces, alarmadísimo, el escritor llama la atención del gobierno: “El caso de Sendero no debe ser tomado a la ligera ni desechado como un producto exógeno a la realidad peruana” (11). La razón, obviamente, es la “defensa de la democracia”. “Yo quiero que sobreviva el sistema democrático en el Perú, porque estoy convencido de que con todas sus limitaciones y defectos es preferible a una dictadura tipo Pinochet o a un sistema totalitario como sería Sendero Luminoso en el poder. Y creo que si la democracia es atacada tiene que defenderse, y si la obliga a luchar, pues tiene que librar la guerra” (12). Y para que no queden dudas, ya en mayo de 1984 (meses antes de la publicación de su novela), afirma que “La lucha por defender la democracia en mi país –cosa distinta de defender al gobierno– es algo en que, en efecto, estoy empeñado. Es una lucha difícil e incierta...” (13).
            Pues bien, en “defensa de la democracia” encubre la política genocida estatal, y, como se puede constatar en los artículos citados, desenvuelve una ingente campaña contrarrevolucionaria. Pero es preciso decir que toda esta acción es eminentemente política, y MVLl es ante todo un escritor. Y, como es obvio, su cerrada defensa de la democracia burguesa y su combate frontal a la revolución tenía que librarlo también, y sin duda con mayor destreza, en el campo de la literatura. Entonces escribe Historia de Mayta (noviembre de 1984).

II. ITINERARIO DE UN ESPANTAJO POLÍTICO


Historia de Mayta (346 páginas, en diez capítulos) tiene dos partes: los primeros nueve capítulos, donde el narrador (un Vargas Llosa agazapado que a veces asoma de cuerpo entero), conforme investiga sobre Mayta va inventando la historia, y el décimo capítulo, que narra la entrevista del narrador con el personaje. Este es Alejandro Mayta Avendaño, miembro del POR(T)[1], “un revolucionario de catacumbas” quien junto con Vallejos, “un militar socialista”, a la sazón jefe de la cárcel de Jauja, protagoniza una intentona revolucionaria en esta ciudad en 1958.
            A su vez la primera parte desarrolla imbricadamente dos historias. La primera, en 1958, narra el itinerario de Mayta, “una mentira con conocimiento de causa” inventado por el narrador novelista sobre el material de sus investigaciones. La segunda transcurre veinticinco años después (sería 1983), en medio de una guerra apocalíptica entre los revolucionarios y el Estado, y narra las entrevistas del narrador con los compañeros de Mayta a las que se intercalan imágenes cada vez más tremebundas de la guerra.
            ¿Qué razón anima al narrador novelista a escribir sobre Mayta en medio de una guerra que “tiene a todos los peruanos con la vida prestada”? Varios entrevistados lanzan la pregunta. El narrador responde:
            “No sé, hay algo en su caso que me atrae más que el de otros. Cierto simbolismo de lo que vino después, un anuncio de algo que nadie pudo sospechar entonces que vendría” (p.53). Entonces, uno de los entrevistados agrega: “Sólo que esto ya no es la revolución sino el apocalipsis. ¿Alguna vez se imaginó alguien que el Perú podía vivir una hecatombe así? Lo de ahora ha enterrado definitivamente la historia de Mayta y Vallejos” (p.102).
            De manera que el objetivo del narrador es llamar la atención a los peruanos sobre una “guerra maldita que sangra al país”, y para ello desentierra su antecedente, su precursora: la historia de Mayta. Como resultado aparece la imagen esmeradamente construida del Mayta inventado y su ridícula historia.
            Mayta proviene de una familia humilde. Nunca ha conocido a su padre. Aún niño pierde a su madre, por lo que se va a vivir con su tía madrina, doña Josefa Arrisueño. Desde pequeño se identifica con los pobres, a tal grado que un buen día decide tomar “sólo una sopa al mediodía y un pan en la noche”, y termina en el hospital. Por esta razón, años después uno de los personajes dirá de él que es un suicidiario, alguien que le gusta matarse solo. “No le gustaban las fiestas –recuerda doña Josefa–. No era como todo el mundo. Nunca lo fue, ni de chico. Siempre serio, siempre formalito... ¿Usted cree que Mayta sería así por no haber tenido padre?” (p.14).
            Aprende francés “solito, con un diccionario y un libro de idiomas que se ganó en una tómbola”. Muy joven ingresa a San Marcos con buen puesto, pero al poco tiempo lo meten preso. “Ahí empezaron sus calamidades. Ya no regresó a esta casa, se fue a vivir solo. Desde entonces de peor a pésimo” –agrega la tía madrina. A finales del colegio o el año que estuvo en San Marcos, Mayta se hace aprista. “Después se hizo de todo, esa es la verdad”.
            Para 1958, Mayta es “un cuarentón pies planos que se ha pasado la vida en las catacumbas de la revolución teórica, para no decir de las intrigas revolucionarias. Aprista, aprista disidente, moscovita, moscovita disidente, y, por fin, trotskista. Todas las idas y venidas, todas las contradicciones de la izquierda peruana de los años cincuenta” (p.60). Se ha casado, pero solo para encubrir su homosexualidad. Descubierto por su mujer encinta ha tenido que divorciarse, y su hijo lleva el apellido de otro hombre. A la par que sus actividades de catacumba trabaja de traductor en la Agencia France Presse.
Este Mayta conoce a Vallejos, un alférez recién egresado de Chorrillos, y desde entonces se embarca con pasión en el proyecto propuesto por el militar de encender un foco revolucionario en los Andes. Con este fin convence a sus camaradas del POR(T), primero de tratar con el militar, y luego, de formar un Grupo de Acción para preparar el proyecto de Jauja. Estimulado por el logro, no resiste sus impulsos e induce a uno de sus camaradas a actos homosexuales.
            En cumplimiento del acuerdo de su partido, Mayta viaja a Jauja. Allí conoce, a través de Vallejos, al profesor Ubilluz, otro comprometido con el proyecto, y con ambos constata lo avanzado de los preparativos. “Es cierto, es más serio de lo que creía –Mayta se volvió a Vallejos–. ¿Sabes que me engañaste muy bien? Tenías montada una red insurreccional, con campesinos, obreros y estudiantes. Me quito el sombrero, camarada” (p. 154). Por su parte, Mayta se compromete a garantizar el apoyo de la capital.
            Exaltado por la constatación no solo propone a sus camaradas involucrar en el proyecto a otros grupos políticos sino que va a avisar a los moscovitas (enemigos irreconciliables de los trotskistas) para que estén alertas, pues pronto sobrevendrían hechos que los pondrían “en la disyuntiva de poner en práctica sus convicciones o abjurar de ellas”. Como resultado, los moscovitas no le dan crédito y lo rechazan, y sus camaradas del POR(T), que nunca tomaron en serio el proyecto, aprovechan el error de Mayta y lo expulsan por traición, aunque para guardar las apariencias hacen que presente su carta de renuncia.
            Ya absolutamente solo, Mayta emprende el viaje hacia Jauja.
            El día acordado, antes de las seis de la mañana, se constituye en su puesto de combate, pero nadie de su grupo aparece. Pero no se desanima. Acude a la cárcel, y allí con Vallejos encierran a los guardias y liberan a Alejandro Condori y Zenón Gonzales, dos campesinos de la comunidad de Uchubamba, encarcelados por dirigir la toma de la hacienda Aína y ahora comprometidos con la insurrección. En ese momento aparecen los siete escolares comisionados de enlaces e informan que nadie más de los conjurados ha aparecido. Ni uno solo de los treinta o cuarenta. Ni los obreros de La Oroya, ni el profesor Ubilluz, ni el camión en el que debían transportar las armas confiscadas y los hombres. Entonces los escolares se autoproponen reemplazar a los ausentes, y Mayta es el primero en aceptar “la propuesta romántica y descabellada”. Tomada la decisión, asaltan la Comisaría y el puesto de la Guardia Civil, inutilizan el teléfono y el telégrafo y, bajo la consigna de, “esta plata no es para nosotros sino para la revolución”, asaltan dos bancos. Finalmente, en una camioneta confiscada enrumban hacia la comunidad de Quero.
            En Quero ya nadie se sorprende de que no hayan aparecido los encargados de traer las acémilas. Pero no hay problema. Cortada la comunicación con Huancayo, demorarán cinco o seis horas en enviar refuerzos y empezar la persecución. Así que toman sus alimentos con calma, cargan sus pertrechos en las acémilas alquiladas y parten muy confiados hacia Uchubamba, allende la cordillera, la que será su primera base y foco de la revolución.
            Sin embargo, una hora después comienza la balacera. Las cinco o seis horas de ventaja que imaginaban se han reducido al mínimo, pues los insurrectos han olvidado de cortar el telégrafo de la estación del tren, y los refuerzos han llegado casi de inmediato. Además, no han podido volar el puente de Molinos para impedir la persecución hasta Quero porque la dinamita quedó en casa del profesor Ubilluz.
            “Éste es el fin del episodio central de aquella historia, su nudo dramático. No duró doce horas. Empezó al amanecer, con la toma de la cárcel y terminó antes del crepúsculo, con la muerte de Vallejos y Condori y la captura del resto... Mayta y Zenón Gonzales fueron llevados a Lima, encerrados en el Sexto, luego en el Frontón y luego regresados al Sexto. Ambos fueron amnistiados –nunca llegó a realizarse el juicio–, años más tarde al tomar posesión un nuevo Presidente del Perú” (p. 306).
            Veinticinco años después de los sucesos, el profesor Ubilluz, tratando de escamotear sus responsabilidades y minimizando la participación de Mayta, dice que este, “políticamente hablando, era un huérfano total” (p.159). Entonces el narrador comenta: “Un huérfano total. Se volvió eso, militando en sectas cada vez más pequeñas y radicales, en busca de una pureza ideológica que nunca llegó a encontrar, y su orfandad suprema consistió en lanzarse a esta extraordinaria conspiración, para iniciar una guerra en las alturas de Junín, con un Subteniente carcelero de veintidós años y un profesor de colegio nacional, ambos totalmente desconectados de la izquierda peruana” (p.160).

En cuanto a las imágenes de la guerra apocalíptica, al principio solo aparecen indicios, las calles de Miraflores atestadas de patrullas policiales y de jeeps del Ejército, el empobrecimiento del Costa Verde desde el racionamiento, el incremento de guardaespaldas de los políticos y empresarios importantes. Luego, aparecen imágenes más específicas, el cadáver decapitado de un político con el cartelito de “Perro soplón”, en la barriada El Montón, por ejemplo, como prueba de que “la violencia política” se traslada de los barrios residenciales y el centro a las barriadas. Hasta se habla de un sangriento asalto al Palacio de Gobierno dirigido al parecer por un antiguo párroco del barrio. “No pasa un día sin que un cura, una monja, una trabajadora social de las barriadas sea víctima de un atentado” (p.81).
            El senador Campos “monologa sobre los estragos de la guerra: el racionamiento, la inseguridad, la psicosis que vive la gente estos días con los rumores sobre el ingreso de tropas extranjeras al territorio” (p.98). La guerra se internacionaliza, los países socialistas ayudan a la subversión en el Perú.
            En provincias la guerra tiene mayores proporciones. “La carretera a la sierra central es continuamente sepultada bajo lluvia de rocas que los terroristas arrancan de las laderas con explosivos...” (p.128). “En Jauja todo el mundo asegura que tanto Chunán como Ricrán han desaparecido. Sí, sí; el profesor Ubilluz lo sabe de muy buena fuente. Chunán hace seis meses, más o menos. Era un baluarte de los insurrectos, tenían ahí, parece, hasta un cañón antiaéreo. Por eso la aviación arrasó Chunán con napalm y murieron hasta las hormigas” (p.144). “...la estadística secreta de las Fuerzas armadas ha registrado ya medio millón de muertos desde que esto comenzó” (p.154).
            Finalmente, la Junta de Restauración Nacional que gobierna el país, “denuncia a la comunidad de naciones la invasión del territorio patrio por fuerzas cubano-boliviano-soviéticas... por tres puntos de la frontera, en el departamento de Puno” (p.184). Como era previsible, precipitada por la invasión, la Junta solicita y obtiene el envío de tropas y material logístico por parte de Estados Unidos. “Ya está, la guerra dejó de ser peruana, el Perú no es sino otro escenario más del conflicto que libran las grandes potencias, directamente y a través de satélites y aliados. Gane quien gane, lo seguro es que morirán cientos de miles y acaso millones y que, si sobrevive, el Perú quedará exangüe” (p.197). Como una muestra del apocalipsis vemos fusilamientos públicos en los barrios, bombas y balaceras por doquier. En provincias “como hay tantos muertos y no es posible enterrarlos, los comandantes rebeldes ordenan rociarlos de cualquier materia inflamable y prenderles fuego” (p.214). En las calles del Cusco reinan la mortandad y la ruina. En medio del apocalipsis, como era previsible, el narrador novelista imagina al hijo de Mayta, atareado “en la pequeña gruta de la jefatura” de los insurrectos.
            El hijo de Mayta se había marchado de casa hacía diez años tras enterarse de que su padre legal tenía una amante, aunque la verdadera razón es que no perdona a su madre que se hubiera casado con él solo por darle un apellido a su hijo. Después ha escrito e incluso se ha visto con su padre legal, “pero desde que empezó todo eso –los atentados, los secuestros, las bombas, la guerra– dejó de escribir y de venir: o había muerto o era uno de ellos” (p.228).
            Sobre esta base el narrador imagina al hijo de Mayta. “Su voz es la de un hombre que ha vencido todas penurias –el frío, el hambre, la fatiga, la fuga, el terror, el crimen– y está seguro de la victoria inevitable e inminente. Hasta ahora no se ha equivocado y todo le confirma que en el futuro tampoco se equivocará” (p.229).

Como dijimos, el último capítulo trata del encuentro del narrador novelista con el Mayta en persona. “Me he pasado un año investigando sobre usted –informa el narrador al personaje–, conversando con la gente que lo conoció. Fantaseando y hasta soñando con usted. Porque he escrito una novela que, aunque de manera muy remota, tiene que ver con la historia de Jauja.” “Esa investigación, esas entrevistas, no eran para contar lo que pasó realmente en Jauja, sino, más bien, para mentir sabiendo sobre qué mentía”(p.320). Ante la sorpresa de Mayta, asegura: “Por supuesto que no aparece su nombre verdadero. Por supuesto que he cambiado fechas, lugares, personajes, que he enredado, añadido y quitado mil cosas. Además inventé un Perú de apocalipsis, devastado por la guerra, el terrorismo y las intervenciones extranjeras. Por supuesto que nadie reconocerá nada y que todos creerán que es pura fantasía. He inventado también que fuimos compañeros de colegio, de la misma edad y amigos de toda la vida” (p.321). En la entrevista final, el novelista hace una revelación: “El personaje de mi novela es maricón” (p.335), y ante el disgusto de Mayta improvisa una explicación: “Para acentuar su marginalidad, su condición de hombre lleno de contradicciones. También, para mostrar los prejuicios que existen sobre este asunto entre quienes, supuestamente, quieren liberar a la sociedad de sus taras...”(p.336).
            También encontramos otras revelaciones. Mayta trabaja en una heladería, en Miraflores, y tiene varios hijos, de lo que concluimos que el matrimonio del Mayta inventado no es real, como tampoco el hijo a quien el narrador imagina comandante revolucionario. Mayta ha estado preso los últimos años, a causa de la traición de sus propios camaradas. “Fue al salir de la cárcel –revela Mayta–, después de lo de Jauja, después de esos cuatro años adentro. ¿Se acuerda de lo que ocurría en el valle de La Convención, allá en el Cusco? Hugo Blanco había organizado a los campesinos en sindicatos, dirigido varias tomas de tierras. Algo importante, muy diferente de todo lo que venía haciendo la izquierda. Había que apoyar, no permitir que les ocurriera lo que a nosotros en Jauja” (p.339). Con ese fin expropian dos bancos. “Como estaba requetefichado, se acordó que yo no llevara el dinero al Cusco. Allá debíamos entregarlo a la gente de Hugo Blanco... Los camaradas partieron en dos grupos. Yo mismo los ayudé a partir... Y, en eso, me cayó la policía” (p.340). Ya después, en la cárcel, Mayta encuentra a uno de los implicados y se entera de que el dinero no llegó a manos de Hugo Blanco. Sus camaradas habían hecho la chanchada de apropiárselo y, encima, implicar a Mayta en robos y secuestros por los cuales es sentenciado finalmente.
            Así se explica que el Mayta real sea un hombre destruido por el rencor y la enfermedad, “no solo por ese problema en los riñones que a cada momento lo lleva al baño. Suda mucho y por instantes se congestiona, como si lo acosaran ráfagas de malestar” (p.329). Ha intentado irse del país, cada vez que salía de la cárcel: irse, empezar en otro país, desde cero, pero ha fracasado. “Con tanta familia es más difícil –confiesa–. Pero es lo que me gustaría. Aquí no hay perspectiva de trabajo, de nada. No hay. Por donde uno mire, simplemente no hay” (p.337). Entonces el narrador, incómodo por encontrar un Mayta prosaico en comparación con el inventado, le asesta el puntillazo: “Tú que tanto creías, que tanto querías creer en un futuro para tu desdichado país. Echaste la esponja ¿no? –le reprocha mentalmente–. Piensas, o actúas como si lo pensaras, que esto no cambiará nunca para mejor, sólo para peor. Más hambre, más odio, más opresión, más ignorancia, más brutalidad, más barbarie. También tú, como tantos otros, sólo piensas ahora en escapar antes que nos hundamos del todo” (p.337).
            La novela termina con la última entrevista del novelista con Mayta. El narrador retorna a Barranco, donde tiene la suerte de vivir, avista sus malecones y “los basurales en que se han convertido esas laderas que miran al mar. Y recuerdo, entonces, que hace un año comencé a fabular esta historia mencionando, como la termino, las basuras que van invadiendo los barrios de la capital del Perú.”


III. LA FICCIÓN COMO INSTRUMENTO POLÍTICO

Una de las preguntas que surge tras la lectura de Historia de Mayta es por qué Mario Vargas Llosa (MVLl) toma como referente el hecho verídico del levantamiento del alférez de la Guardia Republicana, Vallejos, 1963, también en Jauja, lo traslada a 1958 y lo convierte en el “nudo dramático” de su novela. Según el autor, en su novela “hay un juego que creo sumamente sutil sobre lo que es la verdad y lo que es la ilusión… lo que es la historia y lo que es ficción, lo que es literatura y lo que no es, y la manera en que ambas realidades se cruzan, se descruzan, se confunden, se separan, se rechazan” (Entrevista con Alfredo Barrenechea). Mas la pregunta subsiste. ¿Y por qué no escogió otro hecho de la historia peruana, por lo demás tan pródiga en levantamientos? La respuesta sería la que encontramos en la propia novela, cuando el narrador novelista dice que lo escogió por constituir una “radiografía de la infelicidad peruana”, “el más absurdo”, “el más trágico”. Sin embargo, una lectura más atenta de la novela y un cotejo apropiado de sus episodios con la realidad nos llevan a concluir que estas razones son solo coberturas del escritor para esconder un fondo siniestro. La verdadera razón, sostenemos, es que el levantamiento de Vallejos ofrece elementos vulnerables que permiten al escritor manipularlo y desnaturalizarlo hasta el escarnio y la repugnancia. Uno de esos elementos es que el levantamiento de Vallejos es poco conocido en sus pormenores, en comparación con la acción de Hugo Blanco, por ejemplo, y más aún con las guerrillas del 65. Otro elemento es que Vallejos murió en la intentona, llevando consigo la versión fidedigna, cosa que aprovecha MVLl para despacharse a sus anchas. Otros elementos son la militancia trotskista de Vallejos, las escasas horas que duró su intentona y la carencia de carácter de masas en razón de la línea ideológica y política que enarboló. Entonces, MVLl coge estos elementos, los manipula morbosamente y entrega al lector una historia repulsiva, sostenida solo gracias a sus innegables artificios formales.
            La acción de Vallejos, la de Blanco y la de Heraud significan la búsqueda, desde posiciones pequeño burguesas, del camino de emancipación del pueblo peruano, y su valor histórico radica en ser los antecedentes de la lucha armada del siglo XX en el país, especialmente la del MIR y el ELN el 65 que demostraron la factibilidad de esta forma de lucha en nuestras tierras.
            Cierto es que el levantamiento de Vallejos y las guerrillas de los sesentas asumieron una línea ideológica política y una estrategia militar no proletaria, a más de producirse ya con desfase de la gran ola de las luchas campesinas, pero nadie puede negar su valor histórico. Nadie puede negar que signifiquen un momento de la lucha del pueblo peruano. Y menos puede hacer escarnio de ellos so pena de burlarse del pueblo peruano. La pequeña burguesía, a pesar de todas sus limitaciones de clase, puso en juego su pellejo, y eso merece respeto por más que discrepemos de sus posiciones. Más de uno regó su sangre con generosidad, malgrado los traidores y los claudicantes. Y más de uno también persistió en sus convicciones y, llegado los ochentas, volvió a empuñar las armas, ahora sí bajo banderas proletarias. Por otro lado, como sabemos, en los cincuentas se produce una vastísima migración del campesinado pauperizado hacia la costa, hacia las ciudades, principalmente hacia la capital, como consecuencia de la penetración del capitalismo burocrático en el campo. Otro elemento insoslayable, más aún tratándose de una novela política, es que en el seno del Partido Comunista de aquellos años hubo militantes que combatieron contra la camarilla de oportunistas encaramada en su dirección. Tan cierto es esto que a poco de iniciado los años sesenta expulsaron primero a los adláteres de Del Prado y, finalmente, en 1964, al propio encallecido revisionista. Pero absolutamente nada de esto aparece en la novela. Y nadie podría decir que por impericia o desconocimiento. Lo que ocurre es que al novelista no le interesa acercarnos a nuestra historia. Y no le interesa porque no le conviene políticamente. El objetivo de su novela es otro, como comprobaremos a continuación.
            MVLl construye con mucho esmero la figura de su personaje principal, Mayta, dizque el prototipo del revolucionario, del hombre que carga todas las contradicciones de la izquierda peruana de los años cincuenta, “el revolucionario ciento por ciento”(p.182).
            Mayta nunca conoció a su padre, aunque ante sus amigos asegura que este anda siempre de viaje porque es ingeniero. Para mayor desgracia suya pierde a su madre muy temprano y crece bajo la protección de su tía madrina. Las taras del Mayta adulto provendrían de este disloque de la infancia. Como tenía que ser, el personaje es temeroso y torpe, incapaz de alternar en sociedad, aunque es aplicado en el estudio y tenaz en alcanzar los objetivos que se traza. En resumen, Mayta personifica las “ilusiones rotas, frustraciones, equivocaciones, enemistades, perfidias políticas… los fracasos de toda índole y nada que remotamente se parezca a una victoria”(20), y permanece honesto solo porque es incapaz hasta de encontrar la manera de corromperse. Es alguien que en busca de una “pureza ideológica” visita todas las tiendas políticas y termina, en el momento más decisivo de su vida revolucionaria, absolutamente solo.
            Un momento. Reflexionemos. ¿Esta es la imagen de un revolucionario ciento por ciento? Para empezar, la imagen no es más que un aparatoso estereotipo salpicado de psicologismos que los escritores reaccionarios endilgan a los revolucionarios. La imagen nada tiene que ver con los caracteres de un revolucionario, y menos con el del típico revolucionario peruano. La imagen, a todas luces, es la de un oportunista, iluso además, en cuya cabeza revolotean extractos de una pseudo teoría revolucionaria bajo el nombre de marxismo. En realidad MVLl presenta a sus lectores un espantajo político, a más de homosexual, y con reiteración pretende hacerlo pasar por revolucionario. Al novelista le encantaría que sus lectores caigan en su ardid y acepten a Mayta como prototipo de revolucionario. Otro tanto pretende con la figura de su Vallejos, un militar irresponsable que concibe la revolución como un juego de niños y el marxismo como una especie de catequismo que hay que memorizar (MVLl quiere que sus lectores crean que los marxistas son dogmáticos).
            Pero no son los únicos. Otros personajes del mismo talante son los demás miembros del POR(T), una camada de fantoches políticos ocupados en discutir necedades bajo el rótulo de revolución. Hipócritas y mendaces, además, como en la ocasión de la expulsión de Mayta. Estos personajes ni siquiera alcanzar a ser la imagen de los revolucionarios de café. Para no abundar, señalemos únicamente el comportamiento de algunos de ellos, veinticinco años después de los sucesos de Jauja.
Moisés Barbi Leyva es “un intelectual progresista”, la espina dorsal del Centro Acción para el Desarrollo que “es una de las instituciones culturales más activas del país.” “Gracias al genio ecléctico de Moisés, el Centro recibe subvenciones, becas, préstamos, del capitalismo y del comunismo… tanto Washington como Moscú, Bonn como La Habana, París como Pekín, la consideran una institución suya.” O sea, un vulgar oportunista, además de inescrupuloso.  Anatolio, otro miembro del POR(T), es ahora un respetado senador, o sea, miembro de uno de los poderes del Estado que antes había jurado destruir. Es además un personaje que guarda animosidad hacia Mayta por haber mantenido antaño relaciones homosexuales con él, aunque nunca lo confiesa. Otro es el Chato Ubilluz, un personaje asqueante que con el fin de eximirse de toda responsabilidad inventa toda clase de imputaciones a otros mientras reclama para sí todos los méritos. Otro personaje es Blacquer, un antiguo miembro del Partido Comunista, purgado y readmitido después, pero cuya confesión permite a MVLl resumir la imagen que quiere difundir de los “comunistas” de aquel tiempo. Leamos cuando Blacquer aclara su expulsión: “Mis problemas fueron porque comencé a cuestionar la línea de la dirección. Pero me sancionaron por razones que, en apariencia, no tenían que ver con mis críticas. Entre muchos otros cargos, salió a relucir un supuesto acercamiento mío al trotskismo. Se dijo que yo había propuesto al Partido un plan de acción conjunta con los troscos. Lo de siempre: descalificar moralmente al crítico, de manera que todo lo que venga de él, sea basura. Nadie nos ha ganado en eso, nunca” (187). En resumen, a juzgar por estos personajes, no hay ninguna diferencia entre el Partido Comunista y el POR(T). “Entre troscos y moscos siempre imperó el cainismo” (97).
            Con todo, Vallejos y Mayta son distintos porque pasan de las palabras a la acción, aunque solo para hacer la trágica ridiculez de sus vidas de dejarse matar o dejarse coger preso tras una aventura ilusa.
            Simultáneamente al delineado de estos personajes, machaca la idea de que el levantamiento protagonizado por Vallejos y Mayta, “fue el primero de una serie que marcaría una época. Porque fue el más absurdo. Porque fue el más trágico. Porque, en su absurdidad y tragedia, fue premonitorio” (21). Tuvo “cierto simbolismo de lo que vino después, un anuncio de algo que nadie pudo sospechar entonces que vendría” (53). “Fue la primera de muchas. Inició la historia que ha terminado en esto que ahora vivimos.” “Sólo que esto ya no es la revolución sino el apocalipsis”, “una hecatombe.” Y de esta manera aparece finalmente el punto medular de la estrategia de MVLl: emparentar el levantamiento de Vallejos y Mayta con una guerra apocalíptica que tiene en vilo a todo el Perú de 1983. MVLl se esfuerza centralmente por convencer a sus lectores que ambas historias están protagonizadas por organizaciones y gentes de la misma especie. El levantamiento de 1958 es organizado y llevado a cabo por gente ilusa vinculada al POR(T), una organización aislada de las masas. “Desconectados de las masas, sin raíces en el pueblo” (p.107). Mayta siente “vergüenza de no conocer la sierra, de no saber nada del mundo campesino” (p.143). A su vez la guerra apocalíptica es comandada por “Sendero Luminoso”, una organización rechazada por todos, ricos y pobres, gente de ciudad y de campo, y es protagonizada por una cáfila de delincuentes y asesinos. La estrategia alcanza su extremo explícito cuando el narrador novelista imagina al hijo de Mayta como uno de los comandantes de la guerra apocalíptica. MVLl propone que la organización Sendero Luminoso y los protagonistas de la guerra apocalíptica de 1983 son la proyección fantasmagórica y pavorosa del POR(T) y los Maytas y Vallejos de 1958, pues “Lo de ahora ha enterrado definitivamente la historia de Mayta y Vallejos. Hoy no se acuerda nadie de ella” (p.102).
            Pero el caso es que en la realidad real del Perú de 1983 no existe ninguna guerra apocalíptica. Lo que existe es una guerra de guerrillas en pleno despliegue, un ejército guerrillero recién creado que atraviesa su primera prueba de fuego enfrentando a las Fuerzas Armadas recién ingresadas (diciembre de 1982). Como contraparte, el Estado peruano ha desatado el terror blanco principalmente en el campo, tirando masas contra masas, aplicando genocidio, fosas comunes, desapariciones hasta de pueblos enteros, con el fin de restablecer el Poder perdido y aplastar la guerra popular. Siendo así, de por sí salta la pregunta. ¿Entonces con qué fin MVLl se da el trabajo de inventar una guerra apocalíptica cuando lo más lógico sería que, conforme a su “proclividad hacia el realismo”, aborde los hechos reales, tan dramáticos y trascendentes de por sí? Lo dijimos ya, no le interesa la realidad. Sus móviles son otros.
            Una vez que en la ficción ha emparentado los hechos de 1958 con los de 1983, MVLl da un paso muy sutil. Establece una analogía cuya formulación podríamos resumir en los siguientes términos: el levantamiento de Vallejos y Mayta de 1958 es a la guerra apocalíptica de 1983 como el levantamiento real de Vallejos de 1963 es a la creciente guerrilla (potencialmente apocalíptica) de 1983. Dado este paso, su objetivo político salta a la vista. Alertar a las clases dominantes, al Estado y a sus defensores armados o no armados, sobre los riesgos que entraña la guerrilla en marcha y urgir su develamiento. El escritor, expresando el temor de la burguesía frente al avance de la guerra popular, lanza un mensaje de fondo: vean la historia de Mayta, felizmente aplastada en menos de doce horas gracias a una acción eficaz de la policía. Si no procedemos de la misma forma con la guerrilla, se va convertir en una guerra apocalíptica que nos va a hundir a todos. Visto así, el tema de fondo de Historia de Mayta es el temor de la burguesía frente a la revolución. Lógicamente, como en toda novela bien diseñada, ni el tema ni los objetivos políticos del autor se manifiestan de manera explícita, pero subyacen muy abajo, como esencia y eje de la historia. En cuanto al pueblo, lo que pretende el autor es despertar repulsa hacia la revolución y los revolucionarios en general y, en específico, repulsa y temor hacia los combatientes de la guerra popular y el PCP que los dirige. Para ilustrar esta afirmación baste incidir en algunos pasajes de la novela.   
            La revolución es “una larga paciencia, una infinita rutina, una terrible sordidez, las mil y una estrecheces, las mil y una vilezas…” (26). “No pasa un día sin que un cura, una monja, una trabajadora social de las barriadas sea víctima de un atentado” (81). “Ahora los pobres roban y matan a los pobres” (89). “Solo que esto ya no es la revolución sino el apocalipsis. ¿Alguna vez se imaginó alguien que el Perú podía vivir una hecatombe así?” (102). Uchubamba, la que debía haber sido la primera base revolucionaria de Mayta, ahora es “un cementerio. Dicen que ahí ha muerto más gente que en todo el resto del Perú” (144). “La estadística secreta de las Fuerzas Armadas ha registrado ya medio millón de muertos desde que esto comenzó” (152). “¿Tiene sentido escribir una novela estando el Perú como está, teniendo todos los peruanos la vida prestada?” (158). “Café y gaseosas es lo único que se puede pedir, ahora hasta las galletas de agua están racionadas” (168). “Desde que comenzó la hambruna los animales domésticos han desaparecido de las calles” (192). “¡Qué guerra maldita! Está matando a Quero, no es justo” (p.289). “Gane quien gane, lo seguro es que morirán cientos de miles y acaso millones y que, si sobrevive, el Perú quedará exangüe” (197). “¿Se reproducirán en Lima los linchamientos y matanzas de cuando entraron los chilenos en la guerra del Pacífico”? (210) Esta serie de imágenes cada cual más tremebundas alcanza su cima en el capítulo VII donde, en medio del apocalipsis, el hijo de Mayta aparece de mando revolucionario en la imaginación del narrador novelista. Y remata en los capítulos VIII y IX con imágenes que expresan gran temor y pretenden despertar lo mismo en los lectores.
            La revolución para MVLl es en esencia una empresa de destrucción y la ejecutan los hombres más abyectos. Pero, malgrado las pretensiones de este y otros reaccionarios, digámoslo de una vez, la revolución es el único camino que ha llevado y llevará a la sociedad hacia un salto cualitativo superior. Así ha sido en el pasado, así es ahora y lo será en el futuro. La revolución signa la historia de los hombres. Ella tiene dos aspectos, destruye el sistema imperante, destruye lo viejo, entierra lo que es cadáver, y eso es bueno, y construye lo nuevo, nutre lo que es vida. La revolución no destruye al pueblo, por la simple razón de que él hace la revolución, por la simple razón de que él no es suicidiario. Trucar esta verdad e imputar que la revolución destruye todo, es irracional, simple elucubración de los adoradores del sistema, y por ello pierde toda validez.
            Con todo, MVLl se empeña en la empresa. Quiere que sus lectores crean que la revolución afecta a todos por igual, a pobres y ricos, a opresores y oprimidos. Ante el avance de la revolución, quiere que el pueblo sienta la misma preocupación que los de arriba, que rechace a los revolucionarios, maldiga la revolución y la guerra popular. Desea todo ello, pero como en el fondo guarda gran animosidad contra el pueblo, sucumbe ante sus propios demonios y termina basureándolo.
            Para Vargas Llosa las clases populares, principalmente el campesinado y la de barrios y barriadas son sinónimo de embrutecimiento y antihigiene a más de otros defectos. “Estaciono y camino entre muladares que son, al mismo tiempo, chiqueros. Los chanchos se revuelcan entre altos de basuras” (62). “Son gente humilde y sudorosa, hombres y mujeres para quienes este combate callejero por trepar a los hediondos armatostes es la diaria rutina. Y estos peruanos son, pese a sus ropas pobres y algo ridículas, a sus faldas huachafas y a sus corbatitas grasientas, miembros de una minoría tocada en la frente por la diosa fortuna, pues… tienen trabajo…”(119). Adelaida, la exmujer de Mayta, por ejemplo, cree que uno y otro bando de la guerra son “la misma basura”, no sabe distinguir entre rojo y negro. Pero el extremo asqueante se produce cuando MVLl hace pensar a Mayta en la penumbra de una casita de Quero: “Así serían todas las casitas de Quero: ni luz, ni agua corriente, ni desagües, ni baños. Las moscas y los piojos y mil bichos serían parte del ínfimo mobiliario, amos y señores de porongos y pellejos, de los rústicos camastros… Si les venían ganas de orinar, en la noche, no tendrían ánimos para levantarse e ir afuera. Orinarían aquí mismo, junto a la cama donde duermen y el fogón en el que cocinan. Total, el piso es de tierra y la tierra se bebe los orines y no queda huella… ¿Y si a medianoche tiene ganas de hacer caca? ¿Tendrían ánimo para salir a la oscuridad y al frío, al viento y a la lluvia? Cagarían aquí también, entre el fogón y la cama…”(282). No contento, MVLl explicita una comparación que en varias partes de la novela lanza como frase de doble sentido. Luego de su última entrevista con el Mayta, el narrador regresa hacia su Barranco. “No tengo dificultad en salir nuevamente al afirmado que va hacia Zárate –dice–. Lo hago despacio, deteniéndome a observar la pobreza, la fealdad, el abandono, la desesperanza que transpira este pueblo joven cuyo nombre ignoro… Por todas partes se acumulan, en efecto, altos de basura. La gente, imagino, se limita a arrojarla desde las casas, resignada, a sabiendas de que no hay nada que hacer… También habrán bajado los brazos y echado la esponja. Imagino lo que la plena luz del día mostrará, pululando, en estas pirámides de inmundicias acumuladas frente a las casuchas, en medio de las cuales deben corretear los niños del vecindario: las moscas, las cucarachas, las ratas, las innumerables alimañas” (345). Y remata: “Y recuerdo, entonces, que hace un año comencé a fabular esta historia mencionando, como la termino, las basuras que van invadiendo los barrios de la capital del Perú”(346).
            Como vemos, MVLl termina basureando al pueblo, a las masas, porque son ellas las que en verdad invadían los barrios de Lima. Algunos podrían contradecirnos con el argumento de que en las barriadas abunda la basura, o que en las chozas de la sierra la gente duerme con sus cuyes, y que es precisamente en estos puntos cuando el escrito es realista. Al punto vamos. En primer lugar, lo que existe en las barriadas es pobreza, pero sobre todo laboriosidad. La gente de las barriadas nunca descansa porque si lo hace no tendría qué llevarse a la boca. En segundo lugar, si en ciertos lugares vemos altos de basura es porque la gente no la quiere dentro de sus viviendas, luego, no es inmunda ni haragana. Ahora, una vez que la basura ya está en la calle, ¿quién tiene la obligación de recogerla? ¿No es el municipio al que las masas tributan? En resumidas cuentas, ¿no es el Estado? ¿O es que en los barrios residenciales, por ser la gente muy “higiénica”, transportan sus desperdicios hasta el relleno sanitario? Si en las barriadas vemos acumulación de basura y no en los barrios residenciales, es porque el Estado atiende sus obligaciones en estos lugares y no en aquellas. Así de simple. En los pueblitos pequeños de la sierra no se ve basura en las calles porque la población las limpia periódicamente en faenas comunales. Los desperdicios de casa los bota en los lugares asignados o se los lleva a las chacras como abono de los sembríos.
            Pero el problema de fondo es que MVLl cree que la gente es pobre porque quiere, que vive como vive porque es haragana e inmunda. Y ello constituye una ignominia. La raíz de todos los problemas que afronta la gente pobre es la terrible explotación y opresión de siglos. Si hay gente pobre y cada vez más pobre es porque un puñado de gente rica y cada vez más rica la explota y la oprime sin misericordia. Los causantes de las desgracias y los sufrimientos de las masas son el imperialismo, la gran burguesía y los terratenientes y el Estado como su instrumento de opresión. Y precisamente esta es la realidad que el escritor quiere ocultar con desvergüenza. Y si es verdad que en el seno del pueblo existe gente envilecida hasta el sin remedio, ello constituye precisamente la prueba de los extremos de crueldad al que llega el sistema imperante. Sin embargo, la ignominia no acaba allí. El escritor niega que este país existe gracias al sudor y la sangre del pueblo. Esta nación se forja gracias a las masas populares, malgrado los proimperialistas como él. De manera que las imágenes que el escritor endilga a la gente pobre no expresan más que su odio arrebatado, acaso como respuesta a que nunca lo han aceptado como suyo ni lo aceptarán nunca.
            Con todo, algunos podrían pensar que nuestra crítica ya es extraliteraria, que en su novela el escritor no denigra al pueblo de la manera como decimos. Pues bien, volvamos a la novela por un momento. Como dijimos, en el último capítulo se produce la entrevista del narrador novelista con el Mayta real. Este vive en San Juan de Lurigancho y trabaja en una heladería de Miraflores, es un hombre del pueblo. Ahora leamos lo que dice de él el entrevistador. “Se le apaga la voz. La falta de convicción con que habla es tan visible… da la impresión de un hombre vacío, sin emociones que respalden lo que dice… vislumbro en el hombre que tengo al frente, tal estado de apatía, de abandono moral, tal vez de cinismo, que tampoco me resulta imposible imaginármelo cómplice de los peores delitos”(335). “Es un hombre destruido por el sufrimiento y el rencor, que ha perdido incluso los recuerdos. Alguien, en suma, esencialmente distinto del Mayta de mi novela, ese optimista pertinaz, ese hombre de fe, que ama la vida a pesar del horror y las miserias que hay en ella. Me siento incómodo, abusando de él, reteniéndolo aquí para una conversación sin consistencia, previsible. Debe ser angustioso para él este escarbar recuerdos… una perturbación de su diaria rutina, que imagino monótona, animal” (338).
            En otras palabras, el Mayta inventado, el espantajo político que ya vimos, es mejor que el hombre del pueblo. Si aquel es un iluso tenaz, este es un ser inservible, una nulidad, animalesco.
            Ahora bien, si las líneas principales de la novela son hacer escarnio de la revolución y los revolucionarios, contribuir a la lucha antisubversiva apremiando al Estado a develar la guerrilla en ascenso y denigrar a las masas pobres, otra línea muy sutil es la crítica a la izquierda burguesa, particularmente a aquellos de sus miembros que propugnaron la lucha armada en algún momento. Y el reproche consiste en responsabilizarlos de la aparición, en la vida real, de la guerra popular de los ochentas. Ustedes que sembraron vientos con sus prédicas, les recrimina, vean la tempestad que ahora sufrimos todos. A la vez, saluda a quienes abjuraron de su pasado revoltoso. Por eso simpatiza con el Barbi Leyva converso, con el senador Campos. “No puedo dejar de sentir simpatía por el antiguo brigadier”, dice el narrador respecto de Cordero Espinoza, uno de los escolares que secundó a Vallejos y Mayta en 1958, el mismo que, veinticinco años después, es un próspero abogado en Jauja, y ha sufrido varios atentados de “los terrucos”.

            Respecto a la forma de Historia de Mayta, el propio MVLl dice: “En cierto sentido, yo creo que es la novela más compleja que he escrito”. “En ella la técnica −es decir, lo que es la construcción, la estructura, los planos de verdad o mentira, los grados de verosimilitud de lo que se cuenta− es lo más complejo que he hecho, y quizá donde el esfuerzo creativo en lo puramente formal sea mayor” (Entrevista con A.B.) En la misma entrevista dice que su novela “tiene la técnica más compleja, más refinada y más audaz”. Ciertamente Historia de Mayta tiene una estructura muy bien diseñada. El narrador es un novelista que ha organizado cuidadosamente sus entrevistas, y cuando las realiza no se limita a registrar los testimonios recibidos sino que va escribiendo su novela. Pero tampoco se contenta con terminarla sino que al final busca al personaje real y lo contrasta con su creatura. Así, en verdad Historia de Mayta contiene dos novelas: la del narrador novelista, los primeros nueve capítulos, y la que leemos en diez capítulos. Dentro de la novela hay una realidad y una ficción. Y, en efecto, esta realidad y esta ficción se entrecruzan, se complementan, a la vez que se contradicen, incluso se niegan (como en la homosexualidad del Mayta inventado). Al mismo tiempo dicha realidad y dicha ficción tienen relación con la realidad real, a la cual básicamente niegan, como vimos ya. En cuanto al lenguaje, es muy sencillo, sin adornos, más bien un tanto seco, nada irónico pero sí muy sarcástico. No nos conmueve para nada, ni busca hacerlo. Los niveles de lenguaje regularmente logrados. Como siempre, MVLl se atolla cuando hace hablar a la gente del pueblo. Con las descripciones es similar. Las ciudades salen bien descritas, pero las imágenes del campo resultan muy pálidas, muy muertas, más aún su gente. El ritmo es constante, no presenta variaciones notorias, por eso falla en el “nudo dramático”. Pese al esfuerzo del autor, la balacera no atrapa, no acelera el corazón, como que el terreno anegado por la lluvia enlentece el movimiento de los actores y no permite acelerar el ritmo.
            Aceptamos que Historia de Mayta tiene una técnica compleja. Pero ¿qué valor tiene? Pensamos, con José Carlos Mariátegui, que “En el mundo contemporáneo coexisten dos almas, las de la revolución y la decadencia. Sólo la presencia de la primera confiere a un poema o un cuadro valor de arte nuevo…La técnica nueva debe corresponder  a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el decorado”(El artista y la Época, p.18). En Historia de Mayta, como hemos dilucidado, subyace un espíritu profundamente reaccionario, y, como contraparte un ataque a la revolución, a los revolucionarios y al pueblo. Entonces, la compleja organización de los acontecimientos, las diestras mudas espaciales y temporales, todo el despliegue técnico funciona como cobertura, más aún, como añagaza. ¿Novedad? Al contrario. Es una confirmación de que “la característica común del arte y la literatura de todas las clases explotadoras en su periodo de decadencia, es la contradicción entre el contenido político reaccionario y su forma artística”(MTT). Asimismo, el hecho de que la novela haya sido difundida a nivel mundial por un monopolio editorial como Seix Barral obedece a la estrategia de “oponer la cantidad a la calidad”. “Los reaccionarios cuentan con dinero en abundancia, y aunque no son capaces de crear nada de valor, están en condiciones de producir en gran cantidad” (MMT). Podemos concluir, entonces, que Historia de Mayta es una novela totalmente desequilibrada, carente de esa “correspondencia perfecta” entre el contenido y la forma. Un relumbrón: una bazofia de contenido oculta dentro de un decorado relumbrante.
            En la misma entrevista, MVLl se queja de que Historia de Mayta “es una novela que ha tenido, digamos, muy mala prensa, pero pienso que por razones sobre todo ideológicas. Fue leída políticamente, presentada como un panfleto contrarrevolucionario… no ha tenido suerte en ninguna parte, ha sido muy maltratada, siendo lo más literario que he hecho, precisamente por esa enorme preocupación formal que encierra”.
            En otras palabras, la novela habría fracasado porque los lectores confundieron un juego sutil entre historia y ficción con un panfleto contrarrevolucionario, porque no han captado las intenciones del autor. Dicho desde nuestra óptica, los lectores no cayeron en la trampa.
            A nosotros nos parece que el fracaso del que se queja MVLl es relativo. Sostenemos que “cuanto más reaccionario sea el contenido de una obra y cuanto más elevada su calidad artística, tanto más puede envenenar al pueblo, y mayor razón para rechazarla”. No podemos negar que con la añagaza de su despliegue formal y la ingente propaganda, Historia de Mayta logra inocular veneno en ciertos sectores del pueblo, por ejemplo las capas atrasadas de la pequeña burguesía. Basta ver que algunos escritores poco avisados suelen reproducir el estereotipo construido por MVLl como imagen típica de los revolucionarios. Otro tanto ocurre con la gente que desconoce la historia del Perú y se deja llevar por la reverencia. Así vemos, por ejemplo, la opinión del colombiano Carlos L. Torres Gutiérrez, para quien Historia de Mayta es “mucho más que un relato sobre uno de los revolucionarios de mitad de siglo en el Perú… una reflexión sesuda sobre la vida y destino del Perú” (sic).         Por lo tanto, la queja de MVLl obedece más que todo a la constatación de que su novela no ha sido acogida por el pueblo como él hubiera querido.     
Sin embargo, más importante, nos parece, es esclarecer los fondos ideológicos y políticos donde radica el fracaso de la novela. Pensamos que la falla arranca en lo que MVLl siempre ha sostenido: su “proclividad hacia el realismo”. En sus propias palabras: “La raíz de todas las historias es la experiencia de quien las inventa, lo vivido es la fuente que irriga las ficciones literarias” (Cartas a un novelista). Es decir, para el escritor, ser realista equivale a basarse en la experiencia propia, en lo vivido. En sus obras se nota este aserto, sobre todo en las primeras. Coge bastante su experiencia propia, lo generaliza unilateralmente y lo arropa con sofisticados artificios formales. Por eso hasta en sus mejores obras solo vemos el reflejo de un sector de la sociedad, menos vemos el sentido de la época. A lo más vemos lo que dice Miguel Gutiérrez: “El tema del fracaso, de la frustración y de la perversión de todos los ideales, constante en las novelas peruanas, es el reflejo mitologizado de la imposibilidad, incapacidad e inepcia de la burguesía para cumplir con la que fuera su misión en la historia” (MG, 148).
Sobre su “proclividad hacia el realismo”, MVLl asume con creciente fervor, en correlato con su desbocada derechización, los postulados del neopositivismo. Sobre todo a partir de La tía Julia y el escribidor, concibe que la verdad parte del conjunto de fenómenos que nos son dados a través de los sentidos y radica en los sistemas coherentes que se construyen con lo percibido. No existe una verdad esencial que palpita debajo de los fenómenos, una verdad que se desenvuelve con arreglo a sus leyes y al margen de nuestra voluntad y nuestros sentidos. Para MVLl existen tantas verdades como sistemas coherentes podemos construir. Esta idea se hace patente como fundamento ideológico de la Guerra del fin del mundo, y es llevada hasta un extremo en Historia de Mayta. De este modo MVL termina enarbolando el irracionalismo sobre de la ficción. Porque ella “no es libre. Más que descubrirnos lo maravilloso, parece destinada a revelarnos lo real. La fantasía no tiene valor sino cuando crea algo real. Esta es su limitación. Este es su drama”(JCM). La ficción es una altísima elaboración nutrida por la savia de la realidad. La ficción es un árbol vivo enraizado en el terreno de la vida. De otro modo se convierte en planta sin raíz, en artificio para desdecir la realidad. El escritor realista es fiel ante todo a la vida, a sus pálpitos esenciales, no a sus anécdotas o sus fenómenos simplemente. Como cualquier ciudadano puede y debe expresar sus opiniones sobre la vida, pero no la debe traicionar. MVLl traiciona: he aquí la raíz de su fracaso.
            Otra idea que desde joven sostiene este escritor es la “rebeldía” como origen de la vocación literaria. “Quien se abandona a la elucubración de vidas distintas a aquella que vive en la realidad −dice−, manifiesta de esta indirecta manera su rechazo y crítica de la vida tal como es, del mundo real, y su deseo de sustituirlos por aquellos que fabrica en su imaginación y sus deseos. ¿Por qué dedicaría su tiempo a algo tan evanescente y quimérico quien está íntimamente satisfecho con la realidad real, por la vida tal como la vive?” (Cartas a un novelista, 13). Muy bien. Pero lo que debemos poner en claro es que los de abajo, los oprimidos, rechazan el sistema porque ya no quieren vivir como hasta ahora y aspiran a un mundo mejor. Los de arriba critican la vida porque ya no pueden seguir explotando y oprimiendo como hasta ahora. Quisieran un mundo donde los de abajo se sometan sin chistar. Hecho esta aclaración se impone otra. No podemos negar que en la época en que estuvo vinculado a la izquierda y al socialismo, MVLl criticaba el sistema. De manera nada esencial, es cierto, pero lo criticaba. Pero desde su ruptura con el socialismo y su viraje hacia la defensa del orden, cambia el blanco de su crítica. Ahora crítica y denosta al pueblo, a la revolución, a los revolucionarios y a los comunistas. Ahora defiende el sistema, y si observa algo en él es con el fin de perfeccionar la opresión y la explotación.
            Si estas son las raíces ideológicas, las políticas tienen que ver con las posiciones adoptadas por el escritor en la lucha de clases. Muy especialmente con su “defensa de la democracia” en que se ha embarcado con mucha pasión. A nivel internacional apoya sin ambages a los gobiernos más reaccionarios del planeta. En sus propias palabras: “Hace algunos años perdí el gusto a las utopías políticas, esos Apocalipsis que prometen bajar el cielo a la tierra: más bien suelen provocar iniquidades tan graves como las que quisieran remediar. Desde entonces pienso que el sentido común es la más valiosa de las virtudes políticas”. Pero en una sociedad dividida en clases, ¿qué es lo que MVLl llama sentido común? Evidentemente es el sentido de la opinión pública que el sistema impone bombardeando a través de los medios de comunicación. Si hay que inventar mentiras, el ejército mercenario de fabricantes de falacias lo hace sobre la marcha y las presenta, “coherentemente”, como verdades absolutas. Si el odioso pueblo las devela, el ejército de manipuladores ve la manera de desvirtuar. Por último, si ya no hay manera, siempre estará la razón de la fuerza armada para “defender la democracia”.
            A nivel nacional, un ejemplo basta para hacer ver el “sentido común” de MVLl. En carta abierta a Alan García: Una montaña de cadáveres, del 22 de junio de 1986, a raíz del genocidio de los penales de El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara, MVLl reprocha al gobernante en estos términos: “Esos cientos de cadáveres en lugar de consolidar nuestro sistema democrático lo debilitan…”, y al final le advierte: “sería un grave error que su gobierno emprendiera una demagógica campaña contra los países occidentales y la banca internacional –“el imperialismo”– para reconquistar la aureola de “progresista” empañada por la matanza”. Finalmente, el aval: “mi convicción de que por trágicas que hayan sido las consecuencias de él, usted sigue siendo el hombre a quienes los peruanos confiaron, en mayoría abrumadora, la tarea de guardar y perfeccionar este sistema…” (CVM 346). Como vemos, ningún cuestionamiento al sistema, sino aval y pleitesía. Harto sabe que la “montaña de cadáveres” es producto de un genocidio atroz, aunque le queme la pluma escribir la palabra, pero al final para él el sistema es el mejor y hay que perfeccionarlo. En resumen sus “críticas” no son más que parte de las contradicciones entre de los de arriba, además de una táctica para aparecer como un intelectual independiente, una autoridad, “una conciencia lúcida”, como gustan decir de él sus epígonos, por encima de la lucha de clases, cuando en verdad no es más que un obsecuente adorador del imperialismo.
            Por lo tanto, el fracaso de Historia de Mayta frente al pueblo es perfectamente lógico y justo. El pueblo no es estúpido, no podía aceptar una novela que lo denigra y hace escarnio de sus mejores hijos: los revolucionarios y los comunistas.

IV. CONCLUSIONES

1.     Historia de Mayta prueba, pese a todo lo que pregona la intelectualidad proimperialista, que la literatura es un instrumento de la lucha de clases.
2.     Historia de Mayta expresa, por las circunstancias de su creación,  el temor de la burguesía frente al avance de la revolución en marcha.
3.     La técnica, por más refinada y audaz que sea, cuando no sirve a un contenido nuevo, queda reducida a una gimnasia propagandística del contenido viejo.
4.     Mario Vargas Llosa es el escritor de habla hispana que con mayor obsecuencia ha entregado su pluma a la defensa del viejo orden, tanto en el Perú como en el mundo.

Octubre de 2008


[1] Partido Obrero Revolucionario (Trotskista)