martes, 19 de octubre de 2010

EN LA PRISIÓN CON MARCOS ANA



Para quienes abrimos los ojos al mundo en los años 70 del siglo pasado, Marcos Ana era una especie de leyenda viviente. Había pasado 23 años en las cárceles de Franco, se había hecho un magnífico poeta entre barrotes y había recorrido el mundo luchando por la amnistía para sus camaradas y la reconciliación de España. Después llegaron los voraginosos ochentas y solo de vez en cuando volví a oír del poeta. Así que fue una enorme y grata sorpresa cuando, auscultando entre las Biografías de la biblioteca de Canto Grande me topé con Decidme cómo es un árbol, su libro de memorias.
Ya no encontré a la leyenda, seguramente porque en el penal de Yanamayo había vivido situaciones semejantes a las narradas en el libro. Pero encontré la experiencia de conjunto de los revolucionarios y comunistas españoles en prisión. Ellos marchan al paredón de fusilamiento con el fuego de la esperanza encendido en sus ojos. Los someten a las peores condiciones de carcelería, pero eso nunca apaga de sus labios la flor de la sonrisa. En verdad, una lectura muy útil, muy aleccionadora. Como todo buen libro, Decidme cómo es un árbol, tiene la virtud de que, narrándote experiencias foráneas, te permite comprender y valorar mejor las tuyas propias.
            Entonces, conforme recorría sus páginas reflexionaba: en largas décadas de ardua brega el pueblo peruano forjó la dirección que lo condujera hacia su emancipación definitiva. Pero justo en la mitad del brillante recorrido, en circunstancias azas complejas (a nivel internacional, nacional, de la guerra y de la vanguardia organizada del proletariado), esa dirección fue apresada. Y concluía que esta particularidad histórica hace que la experiencia de los prisioneros peruanos tenga su propia trascendencia. Y, por supuesto, recordaba a nuestros familiares: nuestro cordón umbilical con el mundo. Estoy seguro de que en su momento, la Historia volverá sus asombrados ojos hacia nuestros padres, hijos, hermanos, compañeras(os) y proclamará su silenciosa heroicidad de décadas. Y concluirá, entonces, que son frutos especiales de un valeroso pueblo, ¡nuestro pueblo!
            Finalmente, me decía: los prisioneros tenemos la tarea ineludible de contar lo que hemos pasado en estos largos años de carcelería y no permitir que la experiencia, principalmente positiva, se volatilice. Las negativas también hay que contarla, por cierto, pero siempre con ánimo aleccionador, como se nos enseñara. Los pueblos del mundo nos esperan a oídos abiertos. El pueblo peruano mismo necesita reconocer a sus mejores hijos. Necesita saber que si sobrepasamos tantas pruebas es porque por nuestras venas corre su historia y en nuestros sueños florece su futuro inexorable. Con nuestros testimonios contribuiremos a hacer realidad ese futuro.
            Ciertamente, no concuerdo con Marcos Ana en su visión sobre la restauración capitalista en la URSS y la caída del Muro de Berlín. Menos aún con su soslayo, al parecer adrede, de la revolución china y el maoísmo. Pero su libro es valioso en tanto entrega la experiencia de quienes no dejaron de combatir aun en las lóbregas mazmorras del enemigo de clase, experiencia que nos sirve ahora que también en el Perú luchamos por la Amnistía General y la reconciliación nacional como parte de una solución política a los problemas derivados de la guerra interna. Finalmente, algo valioso más. Marcos Ana no guarda rencores y no se arrepiente de lo que ha hecho con su vida. A sus más de noventa años no arría sus banderas. Persiste en él su fe en un futuro mundo de igualdad. Desde esta prisión mi saludo y mi agradecimiento por su libro.

Víctor Hernández 


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