sábado, 18 de septiembre de 2010

NARRATIVA SOBRE LA GUERRA

La Narrativa sobre la guerra:
Apuntes Iniciales

Asociación Literaria Nueva Crónica

NOVIEMBRE 2007

“Pero la ficción no es libre. Más que descubrirnos lo   maravilloso, parece destinada a revelarnos lo real. La fantasía, cuando no nos acerca a la realidad, nos sirve bien poco. Los filósofos se valen de conceptos falsos para arribar a la verdad. Los literatos usan la ficción con el mismo objeto.”
                                                               José Carlos Mariátegui

“Nunca se me ha ocurrido ni he podido hacer nada que sea más asombroso que la realidad. Lo más lejos que he podido llegar es a trasponerla con recursos poéticos, pero no hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga su origen en un hecho real.”
                                               Gabriel García Márquez

“La calumnia, querido amigo, es el medio del cual se sirven los vencedores para denostar a los vencidos.”
                                               Toti Martínez de Lezea


INTRODUCCIÓN
En una sociedad de clases la literatura responde siempre a determinados intereses de clase. No olvidemos que la Ilíada y la Odisea fueron redactadas en medio de la pugna política entre los comerciantes esclavistas y los aristócratas terratenientes. Asimismo, que La divina comedia fue escrita en el contexto de la contienda entre el papado y la monarquía, y expresa el apoyo de Dante hacia el monarca. En nuestros días el carácter de clase de la literatura no ha hecho más que acentuarse. Porque los escritores antes que tales son seres sociales; participan de las preocupaciones, frustraciones y aspiraciones de su clase. Por lo mismo, nosotros, los miembros de Nueva Crónica, no escapamos de este aserto. Al tema que nos ocupa concurrimos desde la óptica del proletariado, desde su concepción y sus intereses. Mas como la clase no tiene perspectiva sino en la medida en que se una y se emancipe junto a los oprimidos, venimos en busca de coincidencias con los puntos de vista de otros sectores del pueblo y la nación. Venimos con ánimo de reflexión colectiva. Que las ideas entrechoquen y la verdad se abra paso como síntesis esclarecedora. Contra quienes sí sostendremos cerrada oposición y tenaz combate es contra aquellos que infaman e injurian al pueblo y a la nación.
       La literatura para nosotros es una obra de arte erigida con palabras. Pero así como una fortaleza se levanta a piedra y argamasa, un edificio a hormigón y acero, la materia prima con que se elabora la literatura popular y proletaria proviene de la vida del pueblo.   Esta es la única fuente, la única posible, no puede haber otra. Una vez obtenida la materia prima, el escritor la traspone poéticamente con arreglo a las leyes de la creación literaria. Así logra que la vida reflejada en sus obras se ubique en un nivel más alto, sea más intensa, más concentrada, más típica, más cercana del ideal y resulte ser más universal que la realidad de la vida cotidiana(1). La literatura antigua y la extranjera son corrientes cuyos aspectos provechosos debemos asimilar críticamente.

NARRATIVA SOBRE LA GUERRA: VOCES DIVERSAS
Como era de esperarse, la guerra repercute pronto en la narrativa del país. Durante los primeros años de la guerra surgen relatos que podríamos llamar de premonición o preludio, obras que reflejan con asombro y esperanza los primeros destellos de la nueva realidad que irrumpe. Sin duda, la recopilación y estudio de estos relatos es una de las tareas aún no abordadas por la literatura de la guerra. Posteriormente, como prosecución de su pérfida labor de encubrimiento de la matanza de ocho periodistas en Uchuraccay, Mario Vargas Llosa publica en 1984 Historia de Mayta (2). Casi a la par comienza a tomar cuerpo lo que a la postre algunos entendidos llamarían el “boom” de la narrativa de la guerra. En palabras de Jorge Luis Roncal: “Excepto una que otra visión sesgada por el maniqueísmo y la unilateralidad que insiste en mirarla de soslayo o estudiarla desde la ojeriza ideológica conservadora, la mayoría coincide en valorar la emergencia -a partir de la mitad de la década del 80'-  de la producción narrativa llamada “de la violencia política” como un componente fundamental en la escena literaria nacional” (3). O, en palabras de Mark Cox: “A partir de 1986 comienzan a aparecer las primeras obras publicadas sobre la violencia política en el Perú” (4). Ahora, como sabemos, esta literatura la constituyen varias decenas de novelas y varios cientos de cuentos, y nos atrevemos a afirmar que ella comienza a desarrollarse y alcanzar madurez como componente esencial de la nueva literatura peruana.
            ¿Qué decir de esta producción vasta a más de dos décadas de su surgimiento? Puesto que el referente de ella son los hechos históricos del último cuarto de siglo, convendremos en que esta literatura está obligada a revelar una realidad concreta, sus personajes y sus repercusiones en la vida nacional, es decir, está obligada a ser veraz. Por ello, ateniéndonos al grado de veracidad de las obras, podríamos dividir en tres grupos  los relatos que la componen.
            El primer grupo lo conformarían novelas tipo Historia de Mayta. Recordemos que en esta novela el autor urde con gran detalle un engendro al que hace aparecer como prototipo de revolucionario. Lo destruye con saña y canta victoria, satisfecho de haber destruido a sus enemigos los revolucionarios, aunque en la realidad real desespera  ante la perspectiva de la lucha armada que en ese momento se expandía. Otra novela es La hora azul, de Alonso Cueto (5), en la que, aparte de denigrar al pueblo, particularmente a sus hijas, el autor concibe la reconciliación nacional como una dádiva de los vencedores, dádiva que el pueblo debiera acoger con gratitud. En esa misma línea tenemos Cirila, de Carlos Thorne (6), un relato tenebroso y truculento en el que una muchacha es reclutada por la fuerza, esclavizada, violada y convertida en asesina por la guerrilla. Aquí la guerrilla aparece poco menos que como una horda devastadora; saquea pueblos, acaba a balazos a quienes ofrecen resistencia, asesina campesinos a quienes previamente les obliga a cavar su propia tumba, etc., etc. Otro relato, Pálido cielo, del mismo Cueto (7), en el que los guerrilleros, una masa de resentidos sociales, viven volando torres de luz, amenazando y reclutando a la fuerza a jóvenes, y le han declarado la guerra al resto del país para formar algún día un estado de terror. Otro relato, El cazador, de Pilar Dughi (8), en el que la guerrilla mantiene en la peor opresión a los campesinos, estrangulándolos y acuchillándolos bajo el menor pretexto. Entonces, los propios guerrilleros desertan y se  entregan a las fuerzas armadas, que son gente buena.
            Estos relatos y los de su especie presentan el hecho social como una secuencia inacabable de actos terroristas encaminados únicamente a destruir el país y a victimar a todo el mundo. Para sus autores, los revolucionarios no son tales sino terroristas, dementes, resentidos sociales. Y las fuerzas del Estado hacen bien en exterminarlos. Conciben el sistema como esencialmente justo, al que solo cabe evolucionarlo, de ninguna manera transformarlo. Políticamente, estos relatos no son más que ruedecillas de la maquinaria estatal. Por eso los promueven el imperialismo en el mundo y las clases dominantes en el país, y los premian los monopolios editoriales. Es cierto que sus autores se han esforzado por dotarlos de verosimilitud, pero todos ellos carecen de veracidad. Y es que verosimilitud no equivale a veracidad. La verosimilitud cumple su cometido cuando revela lo real. Cuando lo desnaturaliza se torna perniciosa; descalifica y aniquila la obra. El pueblo, que conoce la realidad, ve que los autores mienten con alevosía. En síntesis, estas obras solo reflejan los inventos de los opresores y masacradores del pueblo. Si hasta ahora se han enseñoreado en la opinión pública, es porque forman parte de la ofensiva ideológica del imperialismo y porque defienden grandes intereses políticos y económicos, pero con el tiempo constituirán las páginas negras de la literatura del país.
            El segundo grupo lo constituiría la literatura que en conjunto se ha esforzado por reflejar con veracidad las múltiples repercusiones de guerra en la vida del país. Particularmente son destacables los relatos que retratan al pueblo en su esfuerzo por construir un nuevo orden, inédito en el país, obras que cantan a las esperanzas del campesinado pobre, resaltan su heroicidad, su nueva mentalidad y su nueva conducta. Un rasgo común de estas obras es la denuncia de la política genocida del Estado: arrasamiento de aldeas, ultraje abyecto a las hijas del pueblo, las detenciones arbitrarias, el drama de los desaparecidos y las miles de fosas comunes sembradas en  el país, las torturas y las ejecuciones, las matanzas de los penales, etc., etc. Esta literatura tiene también sus limitaciones: no revela aún con la amplitud y hondura debidas la profunda transformación de la sociedad peruana que ha implicado la guerra revolucionaria, si bien la revolución no alcanzó su cima, y como parte de esta transformación el desarrollo de la conciencia del pueblo, que a nuestro modo de ver constituye su logro principal. Tampoco cala en cuestiones centrales como la construcción del nuevo poder, la amplísima movilización de masas como nunca antes se había producido en el país, ni en la psicología de los revolucionarios. Tiene también otra limitación: la carencia de obras escritas por los propios protagonistas de la revolución, limitación que recién empezaría a superarse, según algunos entendidos. Los miembros de Nueva Crónica no nos sentimos extraños a los avatares de esta literatura. Al contrario. Nos esforzamos y nos esforzaremos por servir a que los supere, y esperamos que trabajos nuestros como Camino de Ayrabamba y otros relatos y otros similares coadyuven a este objetivo. Sin embargo, al señalar estas limitaciones no olvidamos que muchos autores han escrito en situaciones muy difíciles, arriesgando su seguridad y su propia vida. Más de uno hubiera querido expresarse más abiertamente si la cárcel, el destierro o incluso la muerte no le hubiera impedido. Con todo, es la literatura del pueblo, escrita además con innegable sabor a serranía, la literatura que de los años ochenta quedará para la posteridad.
            El tercer grupo lo constituye para nosotros la literatura del “justo medio”. Es una literatura que pretendiendo ser imparcial toma aparente distancia de las partes beligerantes, y desde esta “distancia” presenta y juzga los hechos y los personajes. Básicamente para esta literatura la guerra supone el enfrentamiento de dos fuerzas: las del Estado, por un lado, y la guerrilla, por el otro, y el pueblo atrapado en medio, sometido al fuego cruzado. Los autores de esta literatura se proclaman defensores del pueblo, más aún, se arrogan la autoridad que emana de él, y con esa autoridad dicen condenar a ambas partes, cuando en realidad lo que condenan es la revolución. Para ellos esta significa únicamente la muerte del pueblo y no tiene perspectiva alguna.
A nuestro modo de ver, el grave error de los autores de esta  literatura consiste en no tomar verdadera posición por el pueblo y su destino.Su literatura, aunque pretenda pasar por popular, no pasa de ser, en el plano literario, la versión de la llamada CVR, algunos organismos no gubernamentales, la izquierda burguesa y de la intelectualidad  atrasada del país. Como ejemplo representativo podríamos mencionar a dos de los más conocidos.

DESVARÍOS DE LA LITERATURA DEL “JUSTO MEDIO”
En el delirante relato Ñakay Pacha, de Dante Castro (9), una pareja de jóvenes: Rosa y Marcial, llega a Santiago a politizar a los campesinos, antes de la guerra. Pero tienen la mala suerte de llegar en plena celebración de San Isidro Labrador. De resultas que tras emborrachar a los jóvenes, cerca de veinte indios violan salvajemente a Rosa. Ya en la guerra, los santiaguinos se vuelven mesnada y cometen tropelías contra las comunidades vecinas. Entonces, a órdenes de Marcial (en afán de consumar venganza), la guerrilla y las comunidades afectadas arrasan Santiago. En represalia, las fuerzas del Estado persiguen y aniquilan a los insurgentes.
Dante Castro reconoce que hay una guerra, y reconoce que en ella actúa el campesinado. Pero niega la lucha de clases en el campo. Tampoco le interesa comprender la mentalidad de los revolucionarios. Por eso hace aparecer a cerca de veinte campesinos forzando tantas veces a Rosa “hasta dejarla sin razón en su cabeza”. Por eso también hace aparecer la venganza de Marcial como “cosa justa”. Imputa de actos salvajes a los campesinos, y a los revolucionarios de actuar movidos por un espíritu de vendetta personal. Cuestiones totalmente reñidas con la moral del pueblo y con la ideología de los revolucionarios.
            Pero lo más grave en el relato es que al final todos los revolucionarios son aplastados por las fuerzas del Estado, y solo quedan sus almas sufrientes. Ahora bien, si relacionamos este desenlace con lo que Castro afirma en una entrevista: “La sobre-teorización del PCP hizo que cometieran garrafales errores y terminase enfrentado con las masas campesinas. Nunca los consideré maoístas, sino gonzalistas”, queda claro que la perspectiva de la revolución que fluye del relato no solo se debe a la sobreestimación del autor hacia las fuerzas del Estado, sino a su desacuerdo fundamental con la forma específica de la revolución peruana, valga la redundancia, a su desacuerdo con la aplicación  del maoísmo en el Perú. A lo anterior añadamos que su afirmación  de que, por sus “garrafales errores”, el PCP habría terminado enfrentado con las masas campesinas, es repique casi textual a los gamonalillos y cabezas negras que bajo la égida de las Fuerzas Armadas conformaron la mesnada y enfrentaron a la guerrilla. Por lo mismo, es una afirmación que no corresponde a la realidad.
            En  otra parte de la misma entrevista dice: “Los senderistas hubieran querido que mi literatura fuera panfletaria, reproductora de mensajes del partido”. Y se equivoca, pues eso de “literatura panfletaria” es lo que los escritores reaccionarios siempre han imputado sin fundamento a los escritores marxistas. En todo caso que la práctica confirme o desmienta la afirmación de Castro. En cuanto a que se hubiera querido que su literatura fuese “reproductora del mensaje del partido”,  es obvio que no podría serlo, por la sencilla razón de que la línea ideológica y política que asume Castro es divergente en cuestiones esenciales de la proletaria. Lo que sí confirman sus palabras es que incluso relatos suyos como El Ángel de la Isla no reflejan con veracidad el espíritu de los protagonistas. No pasan de ser producto del aprovechamiento que el autor acostumbra hacer de la sangre ajena.
Finalmente, si algo quisiéramos de Dante Castro es que defina su posición frente al pueblo, sobre todo frente al proletariado, así de simple. Si en algunos puntos coincidimos con él, divergemos  radicalmente de sus ataques infundados y muchas veces denigrantes a los dirigentes proletarios, haciendo de esta manera coro a los enemigos de la clase, y en ese constante bamboleo, en la palabra y en la acción, entre el campo del enemigo y el campo del pueblo.
            Con las diferencias del caso, en su relato Hacia el Janaq Pacha, Óscar Colchado (10), nos presenta a un campesino reclutado contra su voluntad por la guerrilla. Su hermana, Emicha, sale en su rescate, pero también es llevada. Los dos hermanos mueren en combate y el padre de ambos, de pena. El único que queda es el hijo que dejara Emicha. Finalmente, el niño se topa con un pelotón guerrillero camino a vengar las muertes, y es incorporado al Ejército Popular. La venganza termina en derrota, el niño perece y su cuerpo es pateado. Al final, las almas de los personajes ascienden al Janaq Pacha.
            Colchado, al igual que Castro, aunque con mayor vuelo literario, reconoce la guerra. También reconoce que en ella actúan los campesinos, con la diferencia de que para él lo hacen obligados. Tampoco ve lucha de clases en el campo. Niega que así como existe y actúa el campesinado conservador, existe y actúa el campesinado revolucionario que está por destruir la feudalidad. Cree que los campesinos son incapaces de distinguir quiénes representan sus intereses y quiénes no, y tiene que presionárselos hasta para que luchen por sus propios intereses. Para contradecirle, preguntémonos, si es verdad lo que presenta Colchado, ¿cómo es que la acción armada se expandió casi por todo el país en poco más de diez años, a tal grado que el imperialismo norteamericano llegó a entrever una intervención directa para sofocarla? Aunque llame a hilaridad la pregunta, ¿podemos suponer que decenas de miles de hombres  combatieron bajo amenaza? ¿Cuántas decenas de miles de hombres   más se habrían requerido para coaccionarlos? Un absurdo completo.  Una ofensa extrema al campesinado. Y, lo más grave, cuando el  autor dice respetarlo, como veremos a continuación.
En un conversatorio realizado aquí en el penal de Canto Grande el año 2003, Óscar Colchado afirmó: “Si ustedes hacen una revolución y en esa revolución no respetan el pensamiento del campesinado indio, sus  creencias, sus apus… entonces una revolución así no hace carne en el campesinado, el campesinado se asusta y se aleja”. Ideas que guardan correlato con la vuelta al Tawantinsuyo que propugna en su novela Rosa Cuchillo. Es cierto, las ideas de las gentes se las debe respetar, nadie puede pretender cambiarlas a la fuerza. Pero Colchado en el fondo no aboga por el respeto a las ideas en general sino exclusivamente por el respeto a las supersticiones del campesinado. Para él los hombres del Ande deben seguir atrapados en la maraña de sus supersticiones. Para él es erróneo que el campesinado adopte un pensamiento científico. ¿Con qué argumento? Con el argumento de que la ideología del proletariado es parte de la cultura occidental, extraña a nuestra cultura ancestral. Y con ello disentimos. Hace 160 años el hombre estableció la ciencia social y empezó a quitarse las telarañas de su mente. Oponerse a este proceso es retrógrado, inaudito. Si fuera correcta la idea de Colchado, tendríamos que oponernos también a la Teoría de la evolución de Darwin, a la Mecánica newtoniana, a la Teoría de la relatividad de Einstein, etc., etc. Esto no significa forzar el pensamiento de nadie sino reconocer el derecho de las masas a educarse, a acceder a los avances de la ciencia. Tampoco significa negar nuestra tradición. Al contrario, significa valorarla en todos sus aspectos, valorarla críticamente. Solo de esta manera  lo pasado puede servir al presente y lo viejo a lo nuevo. Sostener lo contrario es erróneo por ser anticientífico.
                       
HACIA UN NUEVO MOMENTO DE LA LITERATURA PERUANA
Un gran acontecimiento político social siempre repercute hondamente en la literatura de su tiempo. La literatura lo traspone poéticamente, lo documenta y testimonia a través de los siglos. Tal es el designio de la guerra interna y su reflejo en la literatura. Tal es el desafío al que debemos responder los escritores del pueblo. Tal es el camino que llevará a la literatura peruana a un nuevo momento. Porque si bien no negamos los logros en estos veinte años, consideramos que la literatura de la guerra está aún por desarrollarse. Recién las condiciones comienzan a madurar para abordar el complejo fenómeno de la guerra, a más de que el tiempo transcurrido ya permite la necesaria distancia histórica de los hechos.
            Al enfrentar tal desafío, consideramos que la primera actitud debe ser de seriedad y respeto frente al hecho social. La trascendencia del mismo lo amerita, trascendencia histórica que reconocen propios  y extraños. Veamos algunas opiniones. La Sala Penal Nacional en la sentencia del llamado Megaproceso dice: “… reconocemos que la violencia cruenta y prolongada que desencadenó el PCP desde mayo de 1980 forma parte de nuestra historia reciente.” La llamada CVR en la primera conclusión de su informe final se ve obligada a decir: “La CVR ha constatado que el conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y 2000 constituyó el episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de toda la historia de la República.” A su vez la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a través del voto razonado de uno de sus jueces, compara a las prisioneras de Canto Grande de mayo 92 con la personaje histórica de Juana de Arco. Finalmente, para nosotros lo ocurrido desde mayo de 1980 constituye el más grande movimiento social revolucionario de la historia peruana. Según las cifras más objetivas, la guerra habría costado la vida de 40 a 45 mil compatriotas nuestros, la inmensa mayoría por efecto de la política genocida del Estado. Por otro lado, a juzgar por las cifras que se hicieron públicas en el Megaproceso, el PCP habría establecido el nuevo poder en más de 1500 poblados, casi en su totalidad en el campo. Asimismo, conformado un ejército de tres fuerzas de decenas de miles de hombres, que actuaron en casi todo el país, repercutiendo su acción en varios millones de peruanos. En síntesis, es nuestro gran acontecimiento histórico, reconocido además en el mundo, visto con esperanza por millones. Razones demás, entonces, para desechar cualquier visión superficial y cualquier pretensión de banalizar el tema. La literatura no puede jugar con la historia.
            ¿Qué problemas debemos resolver los escritores para responder con acierto al desafío? Gustavo Patriau, en la presentación de su antología Toda la sangre (11), entre la maraña de elucubraciones y ataques infundados contra los revolucionarios, señala uno. Dice: “Hay signos que reaparecen con frecuencia clamorosa en los relatos de la violencia política peruana, reclamando una atención peculiar, y muchos se vinculan con el misterio esencial que parecen enfrentar los narradores ante la tarea de construir verosímilmente, como personaje ficcional, la figura de un subversivo.” Don Oswaldo Reynoso es más explícito cuando afirma que se pinta a un subversivo como cruel y carente de humanidad, y que hacerlo asíes un craso error. De cualquier modo, el problema de perfilar con acierto al combatiente subsiste. Otro problema; de las diversas aristas de la guerra, ¿cuál de ellas es la principal? Entre la destrucción y la construcción, ¿cuál ha sido el aspecto principal? ¿La destrucción, como dice el Estado y su CVR? ¿O la construcción de un orden inédito como sostiene el PCP? Otro  problema; ¿cuál fue la causa del fracaso de la acción armada? ¿Tal vez el rechazo del campesinado como sostienen Colchado y los  llamados senderólogos? ¿O la detención, en un momento sumamente complejo de la revolución mundial y peruana, de la jefatura del movimiento, como sostiene el PCP? Y después, ¿debió proseguirse con la acción  armada, como sostienen algunos, malgrado la realidad que no termina de rajar sus cabezas? ¿O fue correcta la adopción de una Nueva Gran Estrategia Política por parte del PCP porque era la única salida para evitar la derrota y un baño de sangre mayor por parte del Estado en aplicación de su línea y política genocida? Y en cuanto al futuro, ¿qué nos deja el último cuarto de siglo? ¿Es cierto que se ha avanzado en el barrimiento de las montañas que agobian al pueblo peruano, como sostiene el PCP? ¿Es cierto que la conciencia del pueblo se ha desarrollado? Son, pensamos, algunas de las interrogantes que esperan respuesta en el campo literario.
            ¿Qué procedimiento debemos seguir para absolver estas interrogantes? Máximo Gorki decía: “El carácter del héroe se hace de muchos trazos recogidos de distintas personas de su grupo social y su categoría. Es necesario mirar muy bien unos cuantos cientos de sacerdotes, de tenderos, de obreros, para describir aproximadamente bien la figura de un obrero, de un sacerdote o de un tendero” (12). El gran Tolstoi hablaba de la preparación de una obra como el “laboreo profundo del campo en el que yo tengo que sembrar”, lo que en su actividad creadora ocupaba un gran lugar. Según sus propias palabras, los documentos que utilizó para escribir La guerra y la paz formaron una biblioteca entera. Todo ello nos da una idea de cómo debemos proceder. Emprender una ardua y minuciosa investigación, sin ideas preconcebidas, sin reverencias a nadie, con el único propósito de encontrar la verdad tal cual ha sucedido, para reflejarla con acierto en nuestras obras. Recordemos que Mao Tsetung decía que quien no ha investigado no tiene derecho a hablar.
            Algunos escritores podrían decir que no hace falta tal investigación sino que basta la imaginación. Es cierto que hace falta imaginación, y mucha. Pero no olvidemos que ella no es arbitraria. Se nutre de la vida y tiene carácter de clase. Científicamente está demostrado que cuanto más amplia, abundante y diversa es la experiencia del hombre, tanto más abundante es también su imaginación. Cuando no se concreta esa experiencia ocurre lo que señalaba Jean Freville, que el escritor proyecta en sus obras únicamente sus propias costumbres, preocupaciones e inquietudes (13), y de esta manera condena a sus personajes a representar al propio autor, los condena a no tener personalidad propia dentro de la ficción.
            Otros escritores pueden pensar que la investigación ya fue hecha por la CVR. Por ejemplo Miguel Gutiérrez, quien dice haber “añadido una  razonable dosis de escepticismo a todas sus certezas sociales humanas”, afirma: “Aunque con algunos aspectos controversiales el Informe de la Comisión de la Verdad constituye un documento histórico, fundamental para conocer el tipo de país que que la CVR fue una más de las comisiones que suele instituirse en el país para consagrar la versión de quienes detentan el poder. Como dice María Pacheco, personaje de La Comunera, novela de Toti Martínez de Lezea: ”para denostar  a los vencidos”. El hecho de que su Informe fuera desvirtuado en pocos días es muy elocuente. Como una ilustración de lo que decimos basta mencionar algunas frases de Félix Reátegui Carrillo (15), coordinador del informe final y autor de la versión abreviada del mismo.
            Para Reátegui la guerra se habría debido a la “confluencia de dos voluntades: una decidida a derribar todo lo existente para construir un nuevo poder, otra, determinada a impedírselo”. El “proyecto senderista” habría sido la puesta en acto de un voluntarismo extremo. La necesidad de justicia habría “tomado con el senderismo una forma enfermiza”. Continúa con frases como “dogmatismo ciego”, “ambición genocida”, “cinismo senderista”, “asesino en masa”, “reclutamiento forzoso por Sendero Luminoso”, “el Estado ha equiparado a SL en brutalidad”. En otra parte explica que la conducta del senderista se debería a su “resentimiento social”. Al final concluye que lo acontecido fue una “desigual guerra entre los campesinos quechua y el poder criollo dominante”, poder representado, según él, por las fuerzas del Estado o por la revolución. Estas y otras afirmaciones parecidas, ¿podrían ser parte de un documento fundamental para conocer el país? Consideramos que no. Porque estos puntos de vista niegan una verdad tan grande como los Andes. El hecho de que se ha desarrollado una lucha en su nivel más alto con el objetivo de transformar la sociedad peruana en beneficio del pueblo. Más aún, niegan que el actor principal de esta lucha, su fuerza principal, ha sido el campesinado, principalmente pobre. Afirmaciones como las mencionadas solo echan ceniza a los ojos de la gente y enturbian las aguas para impedir que se vea el fondo del cauce.
            ¿Pretendemos que todos concuerden con nosotros? No. Y, además, sería una pretensión obtusa. Lo que decimos es que cada quien exprese su punto de vista con arreglo a la verdad histórica. Lo condenable es negar la verdad, distorsionarla, desnaturalizarla, banalizarla. Lo condenable es, por ejemplo, negar que el Estado peruano aplicó una línea y política genocida contra la insurgencia, o manipular las cifras con el fin de imputar responsabilidades  inexistentes  a la organización que dirigió la acción armada. Por otro lado, pensamos que la literatura también debe reflejar los errores, excesos y limitaciones en la acción del pueblo, que también los hubo,  contra trece siglos de opresión, y con el ánimo de servir a la reflexión y a sacar enseñanzas para las generaciones futuras.


CONCLUSIÓN
La narrativa sobre la guerra está por desarrollarse. Lo avanzado hasta hoy, por las circunstancias de su creación, por las dificultades de los  escritores  a acceder a los hechos y a los actores de la guerra, etc., constituye más que todo una literatura de urgencia, una literatura de acercamiento y oteo antes que de adentramiento. Como el narrador del cuento El mural, de don Oswaldo Reynoso (16), nuestros escritores han visto hasta hoy desde lejos la guerra. Pensamos que ha llegado el momento de que se acerquen y hurguen en los más íntimos pensamientos, sueños, esperanzas, fortalezas y flaquezas de los personajes, en la complejidad de los hechos históricos, en sus aspectos trascendentes. Si tal hacemos, estamos seguros de que se producirá un salto en la narrativa sobre la guerra, lo que a su vez llevará a un nuevo momento de la literatura nacional.
            Finalmente, pensamos que con la guerra irrumpe un personaje nuevo en la escena social: el campesino con mente proletaria, el hombre que abre sus ojos y su entendimiento con la ciencia social, actúa a la luz de ella y alcanza un grado de heroicidad nunca antes visto en estas tierras. Y este personaje apenas comienza a ser reconocido en la literatura peruana. Cuando se lo perfile a plenitud, es probable que todo lo escrito hasta hoy vaya a ser revisado. Si es así, por fin la literatura habrá cumplido con la deuda que hasta el momento mantiene con el referente social.

BIBLIOGRAFÍA

(1)           Mao Tse-tung: Intervenciones en el Foro de Yenán sobre arte y literatura. Obras Escogidas, T. III.
(2)           Mario Vargas Llosa: Historia de Mayta. Seix Barral, 1984.
(3)           Jorge Luis Roncal: Golpes de viento: Imaginación y memoria histórica.
(4)           Mark R. Cox: El cuento peruano en los años de violencia. Editorial San Marcos.
(5)           Alonso Cueto: La hora azul. ANAGRAMA/PEISA, 2005.
(6)           Carlos Thorne: Cirila.
(7)           Alonso Cueto: Pálido cielo.
(8)           Pilar Dughi: El cazador.
(9)           Dante Castro: Ñakay Pacha.
(10)         Óscar Colchado: Hacia el Janaq Pacha. Lluvia Editores, 1988.
(11)         Gustavo Faverón Patriau: Toda la sangre: Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política.  Grupo Editorial Matalamanga, 2006
(12)         Máximo Gorki: Citado en Principios de psicología general, de S. L. Rubinstein, Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS.
(13)         Jean Freville: Introducción a Arte y literatura de Marx y Engels.
(14)         Miguel Gutiérrez C.: El pacto con el diablo. Editorial San Marcos.
(15)         Félix Reátegui: Violencia y ficción: mirar a contraluz.
(16)         Oswaldo Reynoso Díaz: El mural.  

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